jueves, 2 de junio de 2011

Día para cortarse el pelo.


Uno se levanta todas las mañanas y se mira en el espejo. Necesito un corte de pelo; urgente. Por qué diablos crecen los pelos en la nariz. La barba de un pelo sí y tres no de veras que no se ve nada bien. Abuelita, por qué tienes la boca tan grande. Ojera sobre la ojera. Nariz de anchoa. Todo en su sitio. A todo se acostumbra uno. Hay artilugios que convierten los defectos en virtudes. Nada de aguacates ni pepinos, con un justo medio basta.

Este mundo es una máscara perpetua. Hay que vender y hay que venderse. Esa pinta de vagancia y desaliño puede funcionar como desapego a lo material, como preocupación por lo profundo. Lo feo se hace kitch y lo raro interesante y exótico. Hay mercados para todo. Sólo es cuestión de ponerse en la estantería correcta.

Si a eso añadimos una que otra pendejada chistosa que suena pseudointelectual, ya estuvo. Uno encuentra su sitio en el extraño mundo de los diferentes. Y, aunque usted no lo crea, hay cierto corpúsculo de doncellas que hacen cara de interés. Y la vida va ocurriendo mientras tanto.

Pero nada en el mundo puede ocurrir sin contratiempos. Juan Pablo Castel, aquel personaje de Sábato en “El túnel”, odiaba los clubes. Era pintor y aborrecía los clubes de pintores. Todos hablando de lo mismo alabándose u odiándose en silencio. Una mierda en síntesis. Lo que Sábato no dijo, o no quise entender entonces, es la verdadera razón de aquel odio.

Hoy me encontré otro Barthelby, es decir, otro escritor que no escribe o, peor aún, que finge que escribe. Mujer, para más datos.

Tener frente a mí, compartiendo en la misma mesa, todas las manías y fobias de las que uno adolece, como si fuera un espejo interactivo, resulta delirante.

He dicho que uno se acostumbra a mirarse en el espejo y se acaba queriendo como uno es, pero ¿Qué hay de las manías y los traumas? ¿Qué hay de lo que tu mejor amigo detesta y tu mujer no para de recriminarte cada mañana? Pues si no les gusta, que se jodan. Como diría la canción: si no me quieren, ni modo.

Y, de pronto, ahí está tu traumada versión femenina, peleándose con el café, odiando a la pantalla en blanco, antisocial, pro-neurótica, pre-esquizofrénica, pos-paranoica, protodesastre.

Sabes, porque lo sabes, que nunca terminará ni su libro ni su café ni el lazo oscuro que la une con su padre. Ni siquiera tendrá valor para terminar con lo que piensa todas las mañanas. Y te ríes, por no llorar ahí mismo, y te inventas un pretexto, un me tengo que ir para que el ruido de la calle intente volver a engañarte. Definitivo: Urge un corte de pelo.

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