viernes, 28 de marzo de 2008

Antidemocráticas reflexiones

Tengo antojo, un antojo irremediable de un helado de vainilla. Pero no. Mis opciones se han reducido, a mi pesar, en fresa, limón o chocolate. Que yo quiera vainilla no importa, soy uno, pobre diablo, y en esto de hacer mercadotecnia ser uno es ser nadie —no es negocio hacer, para sólo uno, helados de vainilla—. Pues bien, que de fresa sea, aunque la fresa empalague. Tampoco. No hubo vainilla, a fuerza escogí un helado sabor fresa y, sin embargo, resulta que a la hora de dar el primer sorbo, abajo del colorante rojo encendido, se esconde un falso limón, un limón deshidratado que se confunde con lima. Regreso a quejarme, pero como ya he comido un poco no hay devolución ni réplica que valga; me chingo, pues. Camino por el largo de la calle, ni alegre ni triste porque, sí, tengo mi helado y me lo como, no es de vainilla, tampoco de fresa y el presunto limón se sospecha apócrifo, mas en el fondo, muy en el fondo, ahí donde a veces una neurona conecta con otra y produce una descarga que en ocasiones contadas se convierte en una idea, algo me dice que tener en mi mano un helado, cuyo sabor no coincide con lo que mi gusto desea, no es, en todo caso, una elección mía, una elección siquiera.

jueves, 6 de marzo de 2008

Laberintos telefónicos.

Ah no. No, no y no. Cuando uno se da cuenta que su vida toda está a renta de por vida, no tiene más que conformarse y acostumbrarse, cada mes, a pagar la luz, el teléfono, el gas, el cable, el internet, las tarjetas de crédito (que merecen capítulo aparte) y hasta los calcetines. Con todo el sufrir y llorar que implica el tercer mundo, uno va pagando y debiendo para pagar y deber otra vez por los siglos de los siglos, hasta que un día comienza a sonar el teléfono a todas horas para decirnos que ya nos atrasamos una mensualidad y que, si no pagamos, nos espera el buró de crédito, la cárcel, la ignominia y otros infiernos. Así, los sudores aumentan y también los gritos de una señora furibunda, que vive en tu casa desde hace algunos años y te roba la mitad de la cama (y del sueldo), preguntándote qué carajo haces con el pinche dinero, que los niños y las colegiaturas y los pañales y el maquillaje y etcétera y etcétera y etcétera. Resignación hijo mío, resignación, no somos nada. Requiem. Ya de por sí andamos rondando el infierno, así que las amenazas parecen pocas. Pero de pronto, entre la docena de recibos, aparece el del teléfono con una cuenta descomunal y una llamada a Vanuatu que ni siquiera tengo idea dónde carajo está. Mi resignación llega a niveles beatíficos, pero esto es el colmo. Me resisto a pagar por una llamada que yo no he hecho. Entonces busco el famosísimo número 800 que debe venir en algún lado. 01 800 245467867542315645646541313. Biiiiiiiiiip. Gracias por llamar a Axtel, servirle es un placer para nosotros, dice una voz de mujer. Buenas tardes, señorita, saluda uno, con la cortesía que le caracteriza. A medio saludo la voz continúa: Marque su nueva clave lada acompañado de su número telefónico. Uno, sin más remedio, obedece. El número que marcó es: 2,2,2… Si el número que marcó es correcto presione 1. Primera duda existencial: Si me hubiera equivocado ¿debería presionar el 2? El saldo de su línea es de… Si desea reportar su pago, presione 1. Si desea realizar su pago con tarjeta de crédito, 2. Si una falla, 3. Atento, con ojos desorbitados de tensión, sigo el interminable menú. He comprendido, 97 números después, que estoy destinados, los próximos 40 minutos, a tener una amena charla con una contestadora. Después de perderme por miles de opciones, que me regresan siempre al principio, logro escuchar: Si desea hablar con un ejecutivo, 9. Por fin, por fin. La sola promesa de un humano, aunque sea ejecutivo, me dibuja una sonrisa y aprieto jadeante y presuroso el 9, no vaya a ser. Gracias por esperar en la línea, en este momento, todos nuestros ejecutivos se encuentran ocupados (me imagino señoritas en bikini corriendo entre risas mientras son perseguidas por gordos comedores de pizza), en un momento le atenderemos. Tic tac, tic tac. Gracias por esperar en la línea, en este momento… tic tac, tic tac. Las señoritas han perdido el bikini, los gordos comedores de pizza caen sobre ellas. 7 minutos después (¿eso habrá durado el coito de los gordos?): Gracias por llamar a Axtel, mi nombre es Manuel Ortega (¿o Miguel Herrera? ¿o Daniel Carrera?), ¿con quién tengo el gusto? Odoriko Galdámez, para servirle. Dígame, señor… Federico, ¿en qué puedo ayudarle? (Perdono la confusión por sufrir del mismo mal) Verá usted, lo que pasa es que tengo en mi recibo una llamada a Vanuatu (me da vergüenza reconocer que no sé si es una ciudad o un nuevo impuesto) que yo no hice. Ok, ¿Me puede proporcionar su número telefónico? Ah, o sea que lo de hace rato era para sacarme una ampolla en el dedo índice nomás. Sí, estoy revisando su factura y, en efecto, tiene usted una llamada a Va-nu-a-tu (perfecto, ahora somos 2 los que no sabemos con qué se come eso) de 23 minutos. Eso ya lo sé, contesto indignado, pero yo no hice esa llamada. Nuestro sistema, explica con voz ejecutiva, es altamente confiable de modo que es improbable que se registre llamadas que usted no haya realizado. Improbable, no imposible, granuja del demonio. Pues ya ve, yo soy de los improbables y solicito una rectificación, digo sarcástico. Desafortunadamente, el sistema nos reporta la realización de esa llamada, ¿tiene niños pequeños en casa? No, ninguno. ¿Suele navegar en sitios web de baja seguridad? (es su ejecutiva manera de indagar sobre mis visitas al mundo de la pornografía) No, sólo lo convencional, contesto resignado y convencido de que no hay nada qué hacer. Con frecuencia, algunos sitios contienen… bla, bla, bla. ¿Lo que usted está tratando de decir es que no hay modo de rectificación? Como le comentaba, cuando nuestro sistema… Sí, sí, eso ya me lo dijo, pero yo no realicé llamada alguna a ese lugar. Le comprendo, señor, pero en este caso, la factura nos muestra que… Ok, ok, ¿puedo hablar con su supervisor? Las políticas de la empresa no permiten… Ah, ¿o sea que tampoco puedo presentar una queja? En este momento estoy levantando el reporte para que revisen alguna posible falla de su línea. ¿Pues no que era improbable? Me da un número de referencia, que no sirve para un carajo. ¿Algo más en que pueda ayudarle? ¿Algo más? ¡Pero si no me ha ayudado en nada, pedazo de idiota! Gracias por llamar a Axtel, en Axtel estamos para servirle. Preguntas que quedan en el aire: ¿Quién sirve a quién? Si voy a terminar pagando, ¿quién es el idiota? ¿Dónde diablos está Vanuatu? Antes de enfrentarme a la nueva lucha contra la tarjeta de crédito, voy a la enciclopedia. Así me entero que es una isla en Oceanía y que la clase de geografía me ha salido en varios cientos de pesos. Entonces toma sentido la sentencia de aquel maestro bizco que me decía: Godínez (Galdámez, coño, Galdámez), con esa actitud no va a llegar a ningún lado. Y sí, con esa actitud no voy a llegar a ningún lado y conformarme y acostumbrarme, cada mes, a pagar la luz, el teléfono, el gas, el cable, el internet, las tarjetas de crédito (que merecen capítulo aparte) y hasta los calcetines.

sábado, 1 de marzo de 2008

Curriculum Vitae

Uno se pone a juntar papeles. Llega un punto en donde un solo fólder no basta. La cartilla de vacunación, el acta de nacimiento, la cartilla militar, la credencial de elector, el registro federal de contribuyentes, las 5 ó 6 pruebas del sida y el título universitario son algunos. Y entre tanto, uno se pregunta si alguno solo de entre todos ellos dice algo sobre lo que yo soy. Ahora también tengo mi permiso para andar por el mundo más allá de Chiapas, 2 tarjetas de crédito en la cartera y una cuenta bancaria con fondos discutibles. Una de las dos frases que más oigo cada día es: "gracias por su compra", y lo que más escribo es un garabato que dice mi nombre entre rayones. Soy, pues, un ciudadano. Hasta me visto a la moda, a la moda treintañera quiero decir. Mis únicos resquicios de protesta son el pelo y las uñas que me corto cada que me acuerdo y los zapatos sin bolear. Estoy en mi curso intensivo de cosas que no debo de decir; tristemente, empiezo a obtener notas aprobatorias y el otro día me compré un kit de prudencia por 24.90, a crédito, por supuesto. De todas maneras, viajaré en clase turista, aunque el cognac sea muy seductor para mí, que no para mi bolsillo. Wait a minute, please, el celular está sonando. ... Estoy de vuelta. La otra frase es: "¿encontró todo lo que buscaba?" A esto nunca sé, bien a bien, qué contestar. Tal vez los únicos papeles que me falten en mi fólder de ciudadanía sean el acta de matrimonio, el acta de divorcio y el acta de defunción. Acaso, en éste último, en la sección de observaciones, diga algo al respecto.