jueves, 29 de julio de 2010

No importa el tema, el asunto es platicarlo...

Ray y yo nos vemos desde hace más de diez años en cafeterías como esta (los últimos cinco, en esta misma). Y es que nuestra amistad es consecuencia de la tolerancia al (“agua de calcetín” que sirven como) café del Sangrons. Y aunque el café es malísimo, te sirven veinte mil tazas por sentada (después de la sexta, ya las sientes por miles) y permiten el alargue, la concha, la tranquilidad de no ser corridos por no pedir más para la mesa y asegura la lubricación bucal necesaria para seguir la plática. Frente a estas tazas de café fuimos presentados. Y luego también fue buena idea invitarlo a los cumpleaños, las pedas y fiestas de celebrar. Nos acompañamos desde entonces, y como siempre, lo que más disfrutamos es platicar. Ya no importa el tema, el asunto es platicarlo. Siempre he creído que si hubiera la profesión de platicador, aquel al que le pagarías solo por platicar cualquier tema, desde amoroso repetitivo hasta económico administrativo, pasando por futbol, política, religión, lingüística (uno de sus favoritos), literatura, cuentos, mitos, historia, anécdotas estúpidas, filosofía, chismes de barrio, viboreadas a los amigos, cocina, música, todas las artes, conciertos, grupos, sexo, psicología, antropología, educación, tecnologías, noticias, predicciones (muchas predicciones) y sobre todo lo escrito… Si alguien pagara por platicar, entonces el Ray sería muy cotizado. ¡El tipo es capaz de platicar de todo!!! - Y a que te dedicas? - Soy Platicador profesional… - A que bien!! Fíjate que necesito alguien para platicar mis pendejadas… - Claro, haz una cita, tu pagas el café y lo platicamos… Lo he comprobado durante diez años. Ray se sienta con cualquiera (y digo de verdad, cualquiera) y parece dominar (o hace parecer) el tema que salga de la boca, a veces atolondrada, del interlocutor que se presente. Lo he visto, tan tranquilo, con adolescentes lloriqueantes moqueando sobre su hombro tanto como lo he visto con doctores en filosofía, borrachos impertinentes, pachecos viajados, amigos del egocentrismo insoportables, esposas amargadas, solteros frustrados, casados sin escrúpulos, empresarios con y sin empresa, y todo esto sin apenas simular si acaso entendía nada. Por eso, por el regusto de la plática, Raymundo y yo nos hemos sentado “a tomarnos el café” semanal y puntualmente los jueves desde que tengo uso de razón (tal vez desde antes). Y la plática nos dura hasta que la mesera nos trae la cuenta (sin pedirla - porque ya son las 12 joven) o (últimamente) hasta que la cordura (el dolor de cabeza, la nausea o el miedo al derrame cerebral) nos hace decirle a la señorita “no más” cuando, con jarra empinada nos dice (y sólo a veces) – ¿le sirvo más café joven?

miércoles, 21 de julio de 2010

La puta palabra liberadora

¿Cómo expresar en palabras escritas todo lo que voy pensando? Si a veces siento que voy escribiendo en el aire y no en papel todo aquello que me llega al cerebro. Pero esta maldita manía mía de hablar solito únicamente recircula el pensamiento y no le permite llegar enterito, nuevo digamos, tal cual el pensamiento a la pantalla de la computadora o a la libreta (… esa libreta) o cualquier otro medio que he encontrado para, después de una larga meditación, varios filtros, alguno que otro prejuicio y muchas, muchas culpas, convertirlo en palabras escritas. Y es que (confieso) esto de escribir no me está siendo fácil. Es encabronádamente difícil. Escribir es vivir para otros que no siempre quieren escuchar, porque además no puedes obligarlos. Siempre que me leo, termino con la idea de que o, no lo van a entender, o no supe-saber explicar la idea (... esa idea) Y es que los textos que me navegan en la mente se complican una y otra vez, se enredan, y al haber nacido en ese espacio de tiempo de la vida diaria, al aparecer pues, en ese microbus, al llegar a la mitad de una mala película o justo en medio de una buena plática, o cuando miro a mi perro correr por la pelota y volver con ella en la boca; al aparecerse casi mágicamente en mí cerebro, tengo que correr a escribirlo, y la frase mágica, la historia chingona, la palabra exacta casi nunca espera tanto tiempo. (Es una sensación de haber sido iluminado; no puedo evitar hacer una cara de asombro, esbozar una sonrisa, y asentir la cabeza cuando una buena idea me llega. Y digo, es esta, ¡es esta!) Algunas ideas rozan lo gusano, algunas de ellas son precipitadamente egocéntricas; pero me iluminan el día, la tarde, el momento y creo que es necesario, urgente (indispensable) escribirlas. ¿Cómo le hago, entonces, para escribir lo pensado? para expresar con palabras bellas, sencillas, entendibles, aquello que me llega a la cabeza, incluso en forma de frase, de palabra escrita en el papel que tengo por cerebro.
"Que tipo de adjetivos se deben usar para hacer, el poema de un barco sin que suene sentimental"
¿Como le hago pues, para que las ideas no se filtren por la mala memoria, la mala educación y la ferocidad glotona del miedo? ¿Como le hago para escribir lo que pienso? Tal como lo siento, de la forma que aparece -mágicamente – en toda su extensión y convertirlo en literatura. Que le digo a mi intelecto, ya de por si mal-herido, cuando esa Gran Idea se va al puto cajón llamado inconsciente, porque sé que no la olvido, sólo que no sé donde quedó, así que creo se va al inconsciente, de donde sacarla es un verdadero pedo! (alegoría de un auténtico problema). Y que le digo al inconsciente tarugo -que soy yo- para explicarle que esta mala memoria mía acaba por acabarlo todo (incluyéndolo, dicho sea de más: T O D O ). Y es que a estas alturas (del partido) de la vida, ya tengo tres libros empezados, que luego derivaron a cuento corto y rápidamente se transformaron en anécdotas del tipo: "yo alguna vez escribí algo sobre eso..." Nunca los pude terminar, porque me chingaba el pensamiento de que no sé cómo decir-lo-que-quiero-decir, y tristemente el pinche olvido se va comiendo la idea original, el impulso que me hizo escribirlo, aventárselo al teclado para compartirlo algún día, con algún alguno o conmigo mismo. Al final este es un escupitajo, es un vómito de frustración por todos aquellos libros que no he escrito, por todas aquellas ideas, que por buenas, duele tener que olvidar, para luego "quesque" reaprenderlas en otros momentos (porque eso sí, siempre regresan), o en el peor de los casos, se condenan al más triste desenlace: el vil fracaso por omisión. Sigo rezándole a los dioses y buscando a las musas (esas que hablan en los poemas bonitos) y esperando la frase mágica o la puta palabra liberadora, hasta la lectura inspiradora, que me permita hacerme eterno o escribir...
(yo sólo quería escribir…) ¿Qué más puedo hacer? Si vivo de la esperanza (del que espera y reza) Quiero creer que soy más que esto… QUE SOY MÁS QUE ESTO...

domingo, 4 de julio de 2010

Oficios vergonzosos

Hay oficios que uno no comprende. Y hay personas que los ejercen y uno las comprende menos. Hoy me encontré a uno de esos tipos que ejercen un oficio vergonzoso. ¡Y a plena luz del día me ofrecía sus servicios!

Se me acercó con afán de seducirme, provocativo, ofreciéndome placeres imposibles. Traté de evadirlo, pero el tipo insistía, me tomó del hombro y me detuvo. Le expliqué que se me hacía tarde, pero no bastó, me pidió sólo un par de minutos para persuadirme. Sin convicción, sabiendo que estaba atrapado, volví a decir que se me hacía tarde. El tipo no pareció escucharme.

    Me extendió un pequeño papel donde describía grosso modo lo que podía hacer. Yo estaba francamente escandalizado pero traté de mostrarme como persona de mente abierta. Mi mundo a su lado sería bello y perfecto, la vida sería feliz y yo sólo tenía que decir Sí, decirlo a los cuatro vientos, que todo el mundo supiera que me ponía en sus manos y él me entregaría las llaves de un reino nunca antes imaginado.

    Yo sentía mucha vergüenza. Por mí, por la circunstancia tan grosera. Pero sobre todo por él. No podía imaginar, ni puedo todavía, las causas que llevan a alguien a caer tan bajo. Qué tipo de infancia se debe tener para terminar de ese modo, acaso un padre castrante o una madre alcohólica, tal vez terribles experiencias amorosas que conducen a tales desviaciones, a manías tan vulgares. Su arreglo pretendía ser pulcro y resultaba grotesco. Yo no dejaba de sentir ese ir y venir entre el asco y la lástima. Y entre todo, ¡el tipo mostraba una altivez increíble! A pesar de lo deplorable de su oficio, él parecía no sentir ninguna vergüenza, incluso cierto orgullo y esto acrecentaba mi propio malestar.

    Quería ayudarlo, ofrecerle algún consejo, alejarlo de esa vida de perdición. Pero él no me dejaba hablar, era él quien me daba consejos y era él quien pretendía hacerme feliz con sus servicios.

    Por fin pude escapar. Hui de prisa de aquel pobre hombre que se quedaba en la calle esperando a su próxima víctima. Sé de buena fuente que es un oficio que se ejerce por temporadas, aunque eso no le quita su tan baja calidad moral. Ofrecerse de tal modo es repugnante. Sé también que es un oficio que se ejerce en todos lados y que es antiquísimo, casi tanto como la sociedad. De veras no puedo entender cómo, en pleno siglo XXI, podemos permitir gente como esa y dejar que se multipliquen. Es preciso erradicar de nuestra sociedad una clase tan execrable y haragana.

    Tal vez con un mejor proyecto educativo o un mejor salario en otros empleos, podríamos eliminar de las calles, del radio, de la televisión y de las cámaras a esos pobres hombres que ostentan el oficio de políticos y hacerlos dedicarse a cosas más productivas y de mayor beneficio.

Aunque parece que el mundo se resiste a vivir sin charlatanes. Una lástima.