ADVERTENCIA: ESTA NOTA INCLUYE NOMBRES, SITUACIONES, RECLAMOS,
CRÍTICAS FLAGRANTES QUE PUEDEN HERIR LAS SUCEPTIBILIDADES DE LOS PROTAGONISTAS.
SI SUFRE DE DELIRIOS DE VENGANZA O ALGÚN TIPO DE AFECCIÓN QUE VAYA EN
DETRIMENTO DE NUESTRAS RELACIONES NACIONALES O INTERNACIONALES, PÚBLICAS O
PRIVADAS, ABSTÉNGASE DE CONTINUAR LEYENDO DESPUÉS DEL PUNTO.
Muchas personas tienen un
particular interés por sentirse especiales. Si supieran lo difícil que resulta
serlo, se lo pensarían dos veces antes de desearlo. Uno [eufemismo que,
traducido, quiere decir: yo zí me ziento ezpezial (desde aquí veo su sonrisita
misericordiosa; la soportaré con beatitud)], no come lo mismo (nada de
ensaladitas o mamadas light, life ni orgánicopluquamperfectas); no se divierte
según los códigos de la moral vigente (sí, Pili, sí; ya estoy en eso del cuarto
y quinto paso); no coge del modo corriente (no, carajo; no me refiero a lo del
conejo asexuado, chico zen); ni sabe organizar fiestas de acuerdo a las
necesidades de personas tan ezpeziales como uztedez ni, como empieza a resultar
evidente, sabe hacer apologías del modo habitual por no haberlos invitado a mi
macrofiesta de cumpleaños. No obstante, haré mi mejor esfuerzo.
No sé si hacerlo en orden
alfabético, de importancia, de género, de número o de caso o simplemente dejar
que la cosa fluya con los menos fluidos posibles.
A la niña, no la invité por
asuntos legales; a la pinta, por pintoresca; a la Santa María, por razones más
que obvias: hubo mucho sexo, poco pudor y nulas lágrimas. Shhhh, ¡mutis!
Empiezo a sufrir las consecuencias del naufragio de las tres carabelas.
A mi la otra, no la convoqué por
clandestina; además, cumple años el mismo día y, entre mi fiesta y la suya,
preferí la mía.
El Waldo duerme a las once en
punto y en punto a las once comenzó la fiesta; ni modo que invitara a la
Pilarica y al Waldo no. Y, siendo lunes laboral y martes ídem, fue casi un acto
de buena voluntad. Mr. & Mrs. God’s intentan resolver el peliagudo asunto
de la división social del trabajo; que lo sigan intentando un poco más y, ya
que se desahucien, les contamos de un tal Durkheim. Al chico zen le negamos la
admisión por temor a que el pinche fénix se transforme en pleno festejo, le dé
por sacar toda la ira contenida de los últimos diez años y acabé madreándose
hasta a los de la otra fiesta, nomás por cumplir años el mismo día que moi.
Miamigo fue desechado para evitar que me espantara a mis propios pollos con su
nariz de anchoa. Al Vasco por mismas razones y porque, si juntamos a los dos,
segurito acabamos en el Madelas con pérdida de vista periférica. Al Bis, por
todas las razones anteriores.
El Fredy porque, ya entrada la
madrugada, se pone de malacopa gritando: ¡Chayis! ¡Cántate otra vez Stephanie!
Y ya que uno accede gustoso a derrochar harto talento, el muy sátrapa se queda
jetón en la silla y, en medio del delirium tremens, balbucea: ¡Y que se junten!
A la Doña por provocar que los meseros tengan que defenderme de sus iracundas
arengas posmodernas; hasta el enano malévolo (no yo, sino otro) del Bull se ve obligado a auxiliarme. A la Babucha por el
síndrome de puentitis que le aqueja y que la mantiene en un estado de
iluminación perpetua.
El Robles es un radio star; tons,
no pudo estar. Mis admiradores, a causa de su embeleso, resultan bastante
catatónicos para el asunto festivo; mis admiradoras suelen hacerse bullying
unas a otras y, con el riesgo de las anchoas cerca, mejor las atendemos de una
en una, a dos de tres y sin límite de tiempo.
De los que me faltan en la lista,
a unos los olvidé a propósito; a otros, también. Tienen un año entero para
hacer méritos, a ver si consiguen un pase para la del siguiente.
Fue un fiestononón. Harta
albricia. Harto regalo. Personalidades de talla internacional que pesaban en libras. Hubo papas, a la
francesa, a la mexica, a la capri, a la che, a la chi y a la inversa. Temas
variados e interesantísimos. Desde el cocido perfecto de la pasta hasta el
trascendente sentido de la insipidez. Risa fácil y llanto moderado. Se tocó lo
que y a quien se pudo. Y, finalmente, cuando estábamos en el punto máximo del
delirio y la fiesta ascendía a las alturas del mismísimo Gatsby, me cansé de
tanta frivolidad absurda y me oculté en la oscura y sencilla soledad de la
butaca G6, sala 4, función de las 18.30. El médico alemán es una película
sencilla, pero, ¡ah, qué bien contada está!