domingo, 27 de julio de 2008

Lecciones de responsabilidad

La primera vez que me apareció un letrero que decía: "¿Eres mayor de 18 años?", di aceptar sin ninguna culpa, pues pasaba de los 20. Así que nunca supe lo que pasaría si aceptaba de todas maneras con 17 años encima. Creo que cualquiera sabría qué hacer, incluso uno de menos de 18. Aunque claro, si aquel menor fuera atrapado en flagrancia diría algo así como: "Yo no sabía lo que hacía, sólo tengo 17". ¿Ustedes le creerían? Sé de algunos padres inocentes; por fortuna, yo no soy padre y parece que tampoco tan inocente, por lo menos en esos casos. De cualquier modo me encantaría encontrarme a alguien a quien pudiera decirle: "Perdona, es que sólo tengo 30", y me contestara con infinita ternura: "Lo sé, lo sé, no te preocupes, no pasa nada". Pero no, esos días hace tanto que pasaron que ya nadie me disculpa porque yo no sepa qué carajo hacer cuando se descompone la lavadora o se rompe el cristal de la ventana y hay que barrer los restos del acontecimiento. Ahora resulta que tengo que saber cómo diablos convertir en comestible el montón de paquetes cuadrangulares que se esconden en el refrigerador. Hay quien dice que eso es ser responsable, yo guardo profundas dudas al respecto. En tanto, seguiré escribiendo hasta nuevo aviso. Espero que cuando vengan los reproches alguien me crea cuando le diga que empecé a los 17 y me exonere de toda responsabilidad.

jueves, 24 de julio de 2008

Crónica de una desilusión anunciada

Como todos los chicos del mundo, a los 15 años, mi mayor sueño en el mundo era conducir un flamante auto por las carreteras del país acompañado de una chica como Mónica Bellucci que me miraba como un héroe mitológico mientras yo le sonreía seductoramente. Tuve que esperar 15 años para la llegada de aquel automóvil. Con un poquito menos de ilusión que 15 años atrás (claro que, si se considera que en aquel entonces la ilusión era una orgía emocional, decir “un poquito menos de ilusión” no significa de ningún modo que no estuviera pletórico de alegría), llegué a la agencia a firmar los papeles que me comprometían por los próximos 3 años a pagar cada mes hasta el polvo de los rines. Salí conduciendo con el tiempo suficiente para llegar a la gasolinera y decir como todo el hombre de mundo que soy: Hasta el tope, por favor, mientras miraba en el retrovisor mis recientemente adquiridos lentes oscuros. Como soñé años atrás, aceleré en un alto para que el motor rugiera, miré a las chicas que pasaban esperando una mirada que se cruzara con la mía para hacerle la seña de subir a mi lado, sonaron a todo volumen canciones de mi disco más entrañable y me di el lujo, por primera vez en mi vida, de decir a mis amigos después de una reunión: ¿Alguno quiere un aventón? Daría la vida entera por volver a ver esa cara otra vez. Pero ya se sabe, ya se sabe, nada es para siempre. En pocas semanas ya había pasado por 15 baches que deshicieron los amortiguadores, 3 rayones decoraban los costados y el olor a nuevo se había desvanecido. Entre el seguro, la mensualidad, la gasolina, el aceite, los viene viene mis finanzas iban en descenso irremediable. Acostumbrado a llegar a todos lados a través de rutas de camiones, muchas veces me perdí y tuve que ir detrás de aquellos para encontrar el camino. Luego de varios meses de llantas ponchadas a media vía rápida, mentadas de madre en cada esquina, vueltas prohibidas, 20 vueltas a la manzana para encontrar lugar para estacionarse y otras cosas bellísimas, llegó el día del accidente. Como se adivinará “no fue mi culpa” sino de la señora gorda de la camioneta enorme que no sabe manejar. Mi coche quedó hecho pedazos y fue pérdida total. Cuando llegué con la aseguradora, me dijeron que el monto de mi seguro alcanzaba para cubrir las mensualidades que debía y que sólo restaban 800 pesos. Me entregaron el cheque que cambié en el banco de la esquina después de una fila inmensa. Un taxi por 100 pesos me llevó hasta mi casa. Los otros 700, los gasté ese mismo día en una borrachera sin precedentes. Hoy, sin coche, obeso como nunca (porque desde hace meses mi único ejercicio era de la casa al coche, del coche a la oficina, de la oficina al coche), sin dinero y con una derrota más en mi trasero, escribo esta nota entre los tumbos que da la ruta 33 y que me provoca una caligrafía horrenda. En los ocho meses que duró mi aventura de conductor, Mónica Bellucci nunca subió a mi lado. La única mujer que fue copiloto un día fue una venerable anciana que recogí por piedad cuando me recordó a mi madre. Tenía mal carácter y no, no me miró nunca como un héroe mitológico. Cuando bajó no me dio ni las gracias. Tal vez el error fue mío, porque tampoco le sonreí seductoramente.

miércoles, 23 de julio de 2008

Personalidad múltiple.net

Como todo lo de la vida real ha pasado a lo virtual, mi problema de personalidades múltiples también. Aquí el reconocimiento de varias. La primera es la personalidad msn. Ésta parece la más aceptada. Es platicadora, dicharachera y, lo que parece increíble, hasta simpática. Creo que por eso la gente le habla bastante bien, entre risas y chistes varios. La segunda es la personalidad investigadora, que se la pasa buscando cosas como: la manera en que se defienden los pulpos o por qué lloran los cocodrilos o cuántas horas son de aquí a Europa y de regreso. Ésta también incluye la ociosa game, que juega pendejadas on line con gente que no sabes si es gente, máquina o qué cosa. Luego estaba la personalidad Mr yahoo, o sea, la que escribía mails. Aquí empiezan los problemas. Los mails que escribía aquella eran de diversos tipos, no incluía cadenas, que le cagaban, y a veces se parecía a la msn, pero muchas veces existía para contar cosas en tono de melodrama y otras que se deshacían de tan cursis. Agonizó el día en que apareció otra y la sustituyó: la personalidad Blogger. Hela aquí. Además multiplicada en sí misma y divida en 3 (o tal vez 4). Una se burla de la vida, otra llora como magdalena por ella, la tercera recomienda libros, películas y música. La cuarta aún no se sabe lo que es, está en sus primeros pasos. Las ganancias y las pérdidas son las siguientes: —Mi pobre lectora de mails (porque hay que confesarlo, sólo era una) ha descansado un poco de tanta monserga mía. Espero que eso sea ganancia. —Ahora la monserga se hizo pública y triplicada. Pobres, indefensos, curiosos y desconocidos visitantes pasan por aquí de vez en cuando, por casualidad o por masoquismo, y gastan minutos valiosos de su tiempo en leer putadas seudoliterarias. Con franqueza no sé si esto lo podemos poner en las ganancias o en las pérdidas. Virtualmente, la Historia juzgará.

De película

Hace algunos meses, tratando de hacerme la vida más entretenida, y acostumbrado a la vida en renta, también renté el servicio de cine, o sea, una de esas membresías donde por 100 pesos al mes puedes entrar cuantas veces te dé la maldita gana. Nunca pensé que estás dos palabras (maldita y gana), fueran el inicio de nuevos sufrimientos. Esperé casi un mes para que me entregaran mi tarjeta, en eso días me perdí de varias películas que quería ver, pero mi pobreza (o mi tacañería) me hizo esperar, aunque no con mucha paciencia. Por fin la tuve. Ese día me vi 3 películas en un solo día, volví al siguiente y al siguiente. Así por 2 ó 3 semanas. Pero nada es perfecto. Para la cuarta semana, las películas de mi interés eran una o dos por semana, aunque había la promesa del verano que, según me contaban los que sabían, era la gran temporada del cine. La esperanza me llenó de ilusión. Entre tanto vi algunas cosas interesantes que valieron la pena. Cuando se acabaron las opciones, empecé a ver cosas como “Amor en las vegas”, “déficit” y cosas peores. Me reía a veces. Mis neurosis volvieron a perseguirme. Descubrí que el miércoles es mal día para ir porque llega gente al 2 X 1, así que los pendejos se multiplican, y en pareja, que es lo peor. El novio le explica a la novia, entre susurros y besos, la película en cada escena y ella, que es, o se hace, pendeja, escucha todo con veneración. Para sumarme al populus traté de hacer lo mismo. Claro, no funcionó. Mi vocación de maestro tiene un límite y, en todo caso, espero alumnos con un poco, si no de inteligencia, si de imaginación (eso es bastante difícil de conseguir, por eso dejé de dar clases, excepto a un par de personas que se han ganado un poco de mi respeto). La solución era sustituir lecciones de cine por besos pero, como en esos casos soy cuadrado cual alemán, prefiero ver la película y dejar los besos para mejor ocasión. Con esta filosofía mis compañeras de cine me abandonaron a falta de explicaciones y/o besos. Así que el miércoles salió de la lista y regresé al café. Después eliminé el domingo también. El olor a “nachos”, palomitas y cosas peores, más la voz idiota de un tipo con mujer y 4 hijos que le explica a toda la familia, según su “docta” versión, de qué va la película, mientras los niños repiten cada 2 minutos, Por qué papi, por qué, me hizo estar a punto de hacer realidad mi instinto de asesino en serie. Para evitarme problemas con la ley, decidí quedarme en casa. Los demás días son soportables, pero el lunes no puedo ir (por la mencionada vocación de maestro), el martes tampoco (por mi no mencionada vocación de alumno) y el viernes me volví borracho profesional. Así que solo quedan jueves y sábado. Y estos dependen de que haya algo decoroso que ver. Sigo esperando que la promesa, que comienza a parecerme falsa, de que el verano trae lo mejor del cine, se cumpla. Por favor señores, tengo que desquitar de algún modo los 100 pesos que pago al mes y, sobre toda las cosas, tener un poco de pasiones en esta vida aburrida y fanfarrona. Sería lindo que me regresaran las malditas ganas, del cine o de algo más.

viernes, 18 de julio de 2008

Venganzas literarias

—¡Ah, una novela!¡Cuéntamela, por favor! No sin tropiezos, comencé a intentar contarle el argumento. Un pintor en busca de encontrar el sentido de su obra y al mismo tiempo de la vida misma mientras sostiene una relación tormentosa con una mujer que lo abandona cada tanto pero que regresa siempre, hasta que al fin un día. Me costó casi 10 minutos darme cuenta que por lo menos hacía 8 que no me hacía ningún caso. Seguí hablando un poco más, poniendo énfasis en ciertas palabras para ver si lograba alguna reacción. Nada. Ella me estaba mirando, atentamente. Era lo único que hacía con atención. En realidad tampoco me miraba, pero parecía que sí. Hice una pausa a propósito. Sigue, sigue, me dijo con un falso entusiasmo que sacaba de quién sabe dónde. No me acuerdo si le conté todo o empecé a contar otra cosa mezclándola con el argumento original. Me acordé de una novela de Carlos Fuentes, creo que la región más transparente, donde un escritor encontraba una nota de su amante donde le decía a otro algo más o menos así: “Amor: pronto estaré contigo. Los escritores sirven para tener ideas de lo que luego haré deveras contigo”. La cita no es exacta, así la recordé. No sé lo que pasó después; creo que me aplaudió emocionada. En venganza, no me la cogí nunca, aunque la llamaba dos o tres veces por semana para contarle más y más detalles de una novela que estaba llena de imprecisiones. Aceptó ir conmigo muchas veces, hasta que un día.

Puñales que no hieren

Hace ya tiempo que conocí a Andrés Calamaro por otras influencias. Me encantaba oír y cantar aquel estribillo de:
"Flaca, no me claves
tus puñales
por la espalda
tan profundo
no me hieren,
no me hacen mal".
Era feliz cantando aquello hasta que una perversa amiga me hizo notar con punzante sarcasmo:
-¡Ay, querido! Si no hicieran mal no habría canción y mucho menos la cantarías.
Me quedé mirándola con la cara de lo que en realidad soy: un perfecto idiota.
Y ya no le dije nada.

domingo, 13 de julio de 2008

Viva sin drogas

Hace tiempo, pasaban en la tele un comercial donde un fulano se quedaba dormido con su churro de mota en la mano y el colchón comenzaba a incendiarse mientras aparecía un slogan que decía: vive sin drogas.

Pero inconsciente como es uno, no hace caso. Así que tengo la bonita costumbre de fumarme un cigarro (de tabaco) antes de dormir. Y pues sí, como la realidad supera a la ficción, que me sucede.

Mi insomnio, que es mucho y diario, me ha salvado siempre, pero unos cuántos whiskys hicieron el milagro de dormirme a la segunda fumada. 5 minutos después me despierta un humo mayor que un habano y una pequeña flama que anuncia catástrofes varias. Entre sueños, apagué como pude aquel conato de incendio y seguí durmiendo plácidamente. A la mañana siguiente, encontré un enorme agujero en el colchón y en la cobija, varias neuronas muertas y entonces me prometí no volverlo a hacer. Con una advertencia basta.

Así que ando buscando una mesita de material no flamable que pueda acomodar en la orilla de mi cama. Y como estoy decidido a vivir sin drogas, mañana a primera hora cancelo todas las putas tarjetas de crédito que ya me tienen hasta la madre. Así que seguiré con mi colchón agujerado, sin remedio. Lo de la mesita la pago al contado por si alguien tiene una.

martes, 8 de julio de 2008

Homo erectus

En un acto de imprudencia, se me ocurrió confesar a alguien un día:

—Me siento solo.

—¿Y cómo es la mujer que buscas? —me contestó.

Ay, madre mía. ¿Pues que una declaración de soledad implica siempre a una vieja? Claramente uno tiene necesidades físicas que cubrir, que se van subsanando de la mejor manera que es posible, pero de ahí a querer una riña cada vez por el sabor del helado o elegir el lado de la cama (lo cual ya implica que no hay uno sobre otro) o cómo repartir el pinche salario entre dos, hay una distancia de aquí a Marte y de regreso.

¿Y quién dijo que uno "busca" a una mujer? En el mejor de los casos —o en el peor de ellos— la encuentras de pronto. Tal vez la confusión venga de nuestros ancestros mayas que usaban el mismo verbo para ambas cosas, o de mi incertidumbre en italiano que aún no logra resolver cuál significa qué entre trovare y cercare.

¿Y qué entenderá la gente por soledad? O peor, ¿qué entiendo yo? A lo mejor entre esas raras enfermedades confusivas mías (como diría cierta colega a quien hay que reconocer el crédito de la frase para que no haya queja después) está mi falsa definición de aquello.

Claramente, la mía incluye también, y sobre todo, ausencias intelectuales que son difíciles de llenar aunque, claro, parece que soy el único que parece preocupado por esto. Para el resto creo que las caderas ganan siempre la partida.

Después de toda mi monserga, me miró como bicho raro, con una compasión infinita. Con voz confidente y una palmada en el hombro de complicidad, me contestó:

    —Te entiendo, amigo, no es fácil salir del clóset.

    Una vez más, la teoría comprobada. Hay en el ambiente una soledad insoportable.

Conspiraciones cósmicas

Eso me pasa por andarle haciendo caso a la gente. Todo porque alguien me convenció de conocer a una conductora de radio para no sé qué proyecto que me interesaría. ¿Pues no habíamos dicho ya que se evitaran a las conductoras o que, en su defecto, les mantuviéramos la boca cerrada? Pero no. Llego yo, con mi cara —y todo lo demás—, de malparido a buscar a una cierta fulana de tal que me esperaba sonriente en la mesa de algún café conocido. Supe entonces cuál era aquel proyecto "que me interesaría muchísimo". Su cara llena de ilusión la delató al instante. Acostumbrado a estos avatares femeninos, la saludé familiarmente, como si nos conociéramos de toda la vida. Me pedí una cerveza y me senté a escuchar cómo se vendía sin pudor alguno.

Lavaba ropa sin guantes, con guantes no es lo mismo — ¿pensará lo mismo sobre otras cosas?—, era muy cariñosa, siempre atenta y hacía un caldo de camarón para chuparse los dedos que algún día en su casa tendría que probar (¿?). Las cervezas siguieron corriendo y los escotes se aflojaron un poco. Los toques en el brazo y en la pierna se volvieron recurrentes. Me mostraba, "casi sin querer", que sus mejores encantos eran una par de senos protuberantes. Bromas sexuales de varios niveles acompañaban la amenísima charla mientras yo trataba de reírme y participar en una conversación que no me hacía la más mínima gracia. Las clases de actuación tienen sus ventajas, no cabe duda.

Y para colmo de mis males, leía. Putísima madre. De un enorme bolso sacó un libro "fantástico" que hojeé mientras ella iba a tirar la mitad de las cervezas que llevábamos y que no sé si pensaba pagar. Frases célebres como "ve y hazlo", que Nike descubrió bastantes años atrás, y "si algo va a salir bien, saldrá bien", antítesis de la ley de Murphy, me hicieron pensar que por lo menos para ella, en ese preciso instante, todo debía de estar saliendo perfecto a causa de las cervezas.

Cuando regresó ya me imaginaba el resto. Me habló del maravilloso contenido de aquel mamotreto y de otros del estilo. Por qué, por qué. Qué he hecho yo para merecer esto. Imploro a dioses conocidos o desconocidos, a demonios cristianos, paganos y de los otros. Otra vez el universo volvió a conspirar, pero no como la prédica de aquel falso profeta, sino para mi infelicidad y mi desasosiego. Plutón (que ya ni siquiera planeta es) orbitó en la constelación del pinche alacrán ese y resulté, según mi carta astral, de una energía inusitada que debí de haberme gastado previamente en la última corretiza al camión porque ahora ya empezaba a contener el bostezo. Supe mi coincidencia de mi signo con el suyo y de las cualidades de las que veníamos provistos desde el inicio de los tiempos.

Asentí, sonreí calladamente. Dudé de las propiedades afrodisiacas de su caldo de camarón y al final, casi al borde del delirio, sin proyecto radiofónico de importancia, dije para mis adentros, y luego para mis afueras: ¡Pero por qué no te callas!

No sé por qué la gente cree en tanta patraña. A estas alturas de mi vida, no creo ya ni en Dios ni el diablo ni siquiera en la Vía Láctea.

Dicen mis detractores que me obstino en cultivar mis neurosis. Pues bien, tal vez tienen razón, pero ¡Y por qué no se callan!