La primera vez que me apareció un letrero que decía: "¿Eres mayor de 18 años?", di aceptar sin ninguna culpa, pues pasaba de los 20. Así que nunca supe lo que pasaría si aceptaba de todas maneras con 17 años encima. Creo que cualquiera sabría qué hacer, incluso uno de menos de 18. Aunque claro, si aquel menor fuera atrapado en flagrancia diría algo así como: "Yo no sabía lo que hacía, sólo tengo 17". ¿Ustedes le creerían? Sé de algunos padres inocentes; por fortuna, yo no soy padre y parece que tampoco tan inocente, por lo menos en esos casos. De cualquier modo me encantaría encontrarme a alguien a quien pudiera decirle: "Perdona, es que sólo tengo 30", y me contestara con infinita ternura: "Lo sé, lo sé, no te preocupes, no pasa nada". Pero no, esos días hace tanto que pasaron que ya nadie me disculpa porque yo no sepa qué carajo hacer cuando se descompone la lavadora o se rompe el cristal de la ventana y hay que barrer los restos del acontecimiento. Ahora resulta que tengo que saber cómo diablos convertir en comestible el montón de paquetes cuadrangulares que se esconden en el refrigerador. Hay quien dice que eso es ser responsable, yo guardo profundas dudas al respecto. En tanto, seguiré escribiendo hasta nuevo aviso. Espero que cuando vengan los reproches alguien me crea cuando le diga que empecé a los 17 y me exonere de toda responsabilidad.
domingo, 27 de julio de 2008
jueves, 24 de julio de 2008
Crónica de una desilusión anunciada
miércoles, 23 de julio de 2008
Personalidad múltiple.net
De película
viernes, 18 de julio de 2008
Venganzas literarias
Puñales que no hieren
domingo, 13 de julio de 2008
Viva sin drogas
Hace tiempo, pasaban en la tele un comercial donde un fulano se quedaba dormido con su churro de mota en la mano y el colchón comenzaba a incendiarse mientras aparecía un slogan que decía: vive sin drogas.
Pero inconsciente como es uno, no hace caso. Así que tengo la bonita costumbre de fumarme un cigarro (de tabaco) antes de dormir. Y pues sí, como la realidad supera a la ficción, que me sucede.
Mi insomnio, que es mucho y diario, me ha salvado siempre, pero unos cuántos whiskys hicieron el milagro de dormirme a la segunda fumada. 5 minutos después me despierta un humo mayor que un habano y una pequeña flama que anuncia catástrofes varias. Entre sueños, apagué como pude aquel conato de incendio y seguí durmiendo plácidamente. A la mañana siguiente, encontré un enorme agujero en el colchón y en la cobija, varias neuronas muertas y entonces me prometí no volverlo a hacer. Con una advertencia basta.
Así que ando buscando una mesita de material no flamable que pueda acomodar en la orilla de mi cama. Y como estoy decidido a vivir sin drogas, mañana a primera hora cancelo todas las putas tarjetas de crédito que ya me tienen hasta la madre. Así que seguiré con mi colchón agujerado, sin remedio. Lo de la mesita la pago al contado por si alguien tiene una.
martes, 8 de julio de 2008
Homo erectus
En un acto de imprudencia, se me ocurrió confesar a alguien un día:
—Me siento solo.
—¿Y cómo es la mujer que buscas? —me contestó.
Ay, madre mía. ¿Pues que una declaración de soledad implica siempre a una vieja? Claramente uno tiene necesidades físicas que cubrir, que se van subsanando de la mejor manera que es posible, pero de ahí a querer una riña cada vez por el sabor del helado o elegir el lado de la cama (lo cual ya implica que no hay uno sobre otro) o cómo repartir el pinche salario entre dos, hay una distancia de aquí a Marte y de regreso.
¿Y quién dijo que uno "busca" a una mujer? En el mejor de los casos —o en el peor de ellos— la encuentras de pronto. Tal vez la confusión venga de nuestros ancestros mayas que usaban el mismo verbo para ambas cosas, o de mi incertidumbre en italiano que aún no logra resolver cuál significa qué entre trovare y cercare.
¿Y qué entenderá la gente por soledad? O peor, ¿qué entiendo yo? A lo mejor entre esas raras enfermedades confusivas mías (como diría cierta colega a quien hay que reconocer el crédito de la frase para que no haya queja después) está mi falsa definición de aquello.
Claramente, la mía incluye también, y sobre todo, ausencias intelectuales que son difíciles de llenar aunque, claro, parece que soy el único que parece preocupado por esto. Para el resto creo que las caderas ganan siempre la partida.
Después de toda mi monserga, me miró como bicho raro, con una compasión infinita. Con voz confidente y una palmada en el hombro de complicidad, me contestó:
—Te entiendo, amigo, no es fácil salir del clóset.
Una vez más, la teoría comprobada. Hay en el ambiente una soledad insoportable.
Conspiraciones cósmicas
Eso me pasa por andarle haciendo caso a la gente. Todo porque alguien me convenció de conocer a una conductora de radio para no sé qué proyecto que me interesaría. ¿Pues no habíamos dicho ya que se evitaran a las conductoras o que, en su defecto, les mantuviéramos la boca cerrada? Pero no. Llego yo, con mi cara —y todo lo demás—, de malparido a buscar a una cierta fulana de tal que me esperaba sonriente en la mesa de algún café conocido. Supe entonces cuál era aquel proyecto "que me interesaría muchísimo". Su cara llena de ilusión la delató al instante. Acostumbrado a estos avatares femeninos, la saludé familiarmente, como si nos conociéramos de toda la vida. Me pedí una cerveza y me senté a escuchar cómo se vendía sin pudor alguno.
Lavaba ropa sin guantes, con guantes no es lo mismo — ¿pensará lo mismo sobre otras cosas?—, era muy cariñosa, siempre atenta y hacía un caldo de camarón para chuparse los dedos que algún día en su casa tendría que probar (¿?). Las cervezas siguieron corriendo y los escotes se aflojaron un poco. Los toques en el brazo y en la pierna se volvieron recurrentes. Me mostraba, "casi sin querer", que sus mejores encantos eran una par de senos protuberantes. Bromas sexuales de varios niveles acompañaban la amenísima charla mientras yo trataba de reírme y participar en una conversación que no me hacía la más mínima gracia. Las clases de actuación tienen sus ventajas, no cabe duda.
Y para colmo de mis males, leía. Putísima madre. De un enorme bolso sacó un libro "fantástico" que hojeé mientras ella iba a tirar la mitad de las cervezas que llevábamos y que no sé si pensaba pagar. Frases célebres como "ve y hazlo", que Nike descubrió bastantes años atrás, y "si algo va a salir bien, saldrá bien", antítesis de la ley de Murphy, me hicieron pensar que por lo menos para ella, en ese preciso instante, todo debía de estar saliendo perfecto a causa de las cervezas.
Cuando regresó ya me imaginaba el resto. Me habló del maravilloso contenido de aquel mamotreto y de otros del estilo. Por qué, por qué. Qué he hecho yo para merecer esto. Imploro a dioses conocidos o desconocidos, a demonios cristianos, paganos y de los otros. Otra vez el universo volvió a conspirar, pero no como la prédica de aquel falso profeta, sino para mi infelicidad y mi desasosiego. Plutón (que ya ni siquiera planeta es) orbitó en la constelación del pinche alacrán ese y resulté, según mi carta astral, de una energía inusitada que debí de haberme gastado previamente en la última corretiza al camión porque ahora ya empezaba a contener el bostezo. Supe mi coincidencia de mi signo con el suyo y de las cualidades de las que veníamos provistos desde el inicio de los tiempos.
Asentí, sonreí calladamente. Dudé de las propiedades afrodisiacas de su caldo de camarón y al final, casi al borde del delirio, sin proyecto radiofónico de importancia, dije para mis adentros, y luego para mis afueras: ¡Pero por qué no te callas!
No sé por qué la gente cree en tanta patraña. A estas alturas de mi vida, no creo ya ni en Dios ni el diablo ni siquiera en la Vía Láctea.
Dicen mis detractores que me obstino en cultivar mis neurosis. Pues bien, tal vez tienen razón, pero ¡Y por qué no se callan!