miércoles, 28 de octubre de 2009

Homo comunicatus II

En la primera clase del tema que tuve en mi vida me aprendí el axioma fundamental: la comunicación requiere de 3 elementos: emisor, receptor y mensaje.

A mí me pareció la cosa mas obvia del mundo y llegué a creer que el resto del semestre me la pasaría de lo más aburrido oyendo cosas de ese tipo que no sorprendían ni a un mono come bananas; así que me entretuve lanzándole papelitos, en sustitución  del jalón de trenza, a una niña de ojos bonitos el resto del semestre con la que luego tuve buen sexo y, naturalmente, serios problemas de comunicación. Ella decía cosas como: no hay problema, no me pasa nada, estamos bien; yo, en la inocencia de la adolescencia, comprendía que había un mensaje oculto en aquellas palabras, pero fui incapaz de descifrarlo. Nuestro amor se desvaneció en 1 ó 2 meses a causa de múltiples incomprensiones y, paradójicamente, pasé con 9 la materia.

Hoy en día, tengo amigos (el plural siempre evita que parezca ataque personalísimo) que tienen 3 celulares y no contestan ninguno. Si les mandas un mensaje (de texto, se entiende) tratando de acelerar el proceso con algo concreto como: ¿Nos vemos hoy a las 8 en tal sitio? La respuesta es… … … … O sea no hay. Eso generalmente suele significar: no, no puedo, tengo hueva, otro día. La lógica es simple: si es no, ¿pa’ que te contesto?

Hoy sucedió más o menos lo mismo. Mandé un mensaje, no me pelaron o mejor dicho, hubo la tácita respuesta que yo debía de suponer, así que me quedé a disfrutar un maravilloso día conmigo mismo en mi casa, o sea, rascándome las pelotas a placer. A las 8.25 me llegó uno que traslucía harto encabronamiento: Dónde estás cabrón, llevo media hora esperando. Estuve a punto de aplicar la misma y enviar mi silente respuesta que el otro debía adivinar como: estoy en mi casa en pleno rascamiento de pelotas, nos vemos otro día. Pero, gentil como soy, que le llamo para decirle que yo había entendido que no, etc. El otro, más emputado, casi me gritó: pos si nos vamos a ver entonces, ¿pa’ que te contesto? ¡Ah, no, pos sí, a huevo! ¡Cómo no se me había ocurrido!

Total que, del placentero rascamiento de pelotas, pasé a la reflexión (soy de esos que no pueden hacer 2 cosas a la vez).

Tengo un celular que en realidad es mi agenda y mi reloj con 300 números de los cuales uso 3 ó 4 con irregularidad; los otros 296 son de gente que te vas encontrando en la calle con la clásica conversación de: Qué milagro, Qué has hecho, A quién has visto, Dame tu número, Nos hablamos. Patrañas. Últimamente ya nomás hago la finta de que anoto el número, digo, ya pa’ qué nos hacemos pendejos ¿no?

Cada mañana, casi religiosamente, enciendo mi compu y entro a messenger, pa’ ver quién está. Más patrañas. Hablo con 2 personas, los otros 87 se dividen en los siguientes grupos: los que me dan hueva, los que les doy hueva, los amigos del amigo del amigo que no es mi amigo, los que hace tanto que ya no sé ni quienes puta madre son y un minúsculo grupo de amigos de a de veras con los que no hablo por ahí porque los puedo ver en un café. Ah, pero, paradojas de la vida, como ya nos encontramos todos los días online, pos ya pa’ qué nos echamos el café ¿no? Ora ya hasta decimos: te veo en messenger.

Corrección: No nos vemos. Vemos nuestros nombres o nuestros pendejos seudónimos como “lunita 37”, “estrella marinera” o “un loro que blasfema en latín”. Y nuestra conversación se ha reducido a “pepito te ha enviado un zumbido” o en el mejor de los caso algo como: k pd w n mms k pt hv. ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡?????????????

Esta mañana, me pasé una hora tratando de contestar un mensaje en facebook (que, si no lo ha notado, se traduce literal y absurdamente, como libro de caras). Mientras me perdía en miles de madres que decían cosas como: pepito cogió con pepita, pepita cogió con juanita, juanito cogió con pepito y pepito se hizo gay, me saludaron 2 ó 3, que también tengo en messenger y en donde nunca hablamos, y cuya conversación resultó imposible. A tanto, mientras me preocuba  más y más por la actual tendencia sexual de pepito, decidí mandar como pude un mensaje multitudinario y mandar la cosa esa a la chingada hasta el próximo año que tenga que responder más mensajes de felicitación y donde volverá a ser de alguna utilidad. En la fotos de pepito se veía a las claras que sí, pepito era putísimo desedendenantes, pero eso sí, muy feliz, como el resto de los que ahí habitan y yo, que no soy feliz ni quiero serlo, no tengo una cara sonriente que mostrar en aquel libro cuyo nombre mejor sería happyidiotfacebook.

Cheñoras y cheñores, niñosh y niñash, caramelos y bolitas, ¡Extra, extra, en pleno siglo XXI tenemos un problema de sobrecomunicación! No hay forma de no hacerlo y, sin embargo, no nos comunicamos con nadie. Un zumbido es una versión muy chafa de mensaje, una happyidiotface no sé si tenga otro además del evidente y tener 18 celulares y 98 cuentas de correo no sirve para un carajo si no hay esa obviedad de: emisor, receptor y mensaje. Y sería más lindo, más funcional digamos, que además la cosa fuera bidireccional, pero parece que eso es mucho pedir. No hay mucho qué pensarle, le juro que tengo razón.

En otra clase, esa de filosofía, se discutía el asunto de: ¿el ruido existe si no hay nadie que lo oiga? Y yo digo: ¿Habrá comunicación si en el juego del emisor-receptor no se invierten por fuerza los papeles e intentamos que el mensaje, cualquiera que este sea, llegue a su destino y, en el mejor de los casos, se comprenda y reciba una respuesta?

Los profetas de la comunicación no nos avisaron que en este caso y, en contra o a favor de Maquiavelo, el problema no es el medio sino el fin.

martes, 27 de octubre de 2009

31, oiga usted

Por una amiga me acabo de enterar que hoy cumplo 31 –años, meses, días, horas- qué importa.

De todas maneras, son pocos para hacer literatura, suficientes para coleccionar desilusiones, bastantes para enamorar rapaces doncellas menores a 29 y, sin embargo, sucede, así de pronto. Sin clasificar el aviso, sin edicto en primera plana.

Me acabo de enterar que los niños me dicen señor, las quinceañeras  me piensan medio raboverde, las veinteañeras interesante y las treintañeras como prospecto de no sé qué diablos.

Acabo de saber que ya no tengo la vida por delante porque la he alcanzado definitivamente, que ya me empieza uno que otro achaque y que las canas van a empezar a surgir de modo irremediable.

Como sea, me empiezan a aburrir las pláticas insustanciales, es decir que estoy en el borde de cruzar la línea de ser del clan de los amargados y de empezar a escuchar algo como guru, guru, guru, guru en lugar de una conversación con sujeto, verbo y predicado; empiezo a preferir la buena conversación al sexo sin nombre de la participante y el ruido, como siempre, me sigue cagando grandiosamente.

Me sigue gustando el cine sin interrupciones, el whisky en las rocas y leer hasta las cuatro de la madrugada. Me como lentamente lo que puedo, me bebo más de lo necesario y me juego a medias hasta lo irremediable.

A la mitad del camino de nuestra vida dijo Dante y yo, a la mitad de la puta madre, sigo esperando que Virgilio me dé un tour por alguno de lo círculos del infierno, aunque a veces tengo breves bosquejos de lo nunca imaginado.

Me han querido a medias y he querido a cuartos. Mi colección de deudas crece y comienzo a comprender en vivo lo que es una crisis económica (de las crisis de las otras es mejor si no les hablo).

No soy feliz aunque no tengo razones para no serlo. Sigo sin desear con demasiado deseo, sigo sin comer aprisa, sigo sin querer sin miedo.

Repito de memoria versos que me han plagiado antes de que se me ocurrieran, Quevedo, Serrat, Hernández y Machado; a duras penas logro una prosa trompicada y un verso de vez en cuando.

Sigo sin saber lo que quiero, aunque saber lo que no quiero ya me parece ganancia. Sigo fumando hasta tarde y disfrutando como nada el primer cigarro de la mañana.

De ser puro talento pasé, sin darme cuenta, a conceptos, a frases, a instituciones, a puro saber acartonado y, de entre tanto decir lo que pienso, lo que digo dejé de pensarlo.

Mis amigos han aprendido a decir, qué bien, por no atreverse a decir qué diablos, y en el colmo del absurdo, escribo notas y hago fiestas de cumpleaños.

miércoles, 7 de octubre de 2009

En el asiento de atrás de un coche

Si usted conduce es el protagonista de esta historia, si es el copiloto, también.

¿Nunca se ha dado usted cuenta de lo neurótico, divertido, maniático, eufórico, depresivo, carente de autoestima o presunto dueño de una situación que, reconozcámoslo, aquí entre nos, nunca domina cuando va al volante?

De pronto, como por arte de magia, se activan sus antenas detecta pendejos. Por un misterio, imposible de dilucidar en esta nota (puesto que merece un ensayo profundo que se llame “el laberinto de la pendejez”, “posdata” y “vuelta al laberinto de la pendejez”), delante de usted siempre va el más imbécil de los imbéciles, la mujer más tarada de la historia, el tope más gigantesco nunca antes visto (recordará a sus interlocutores que sólo en México existen esas madres, porque ah, si viviéramos en Berlín no habría necesidad, etc.), el semáforo más innecesario del mundo, el bache más profundo del infierno, el crucero menos inteligente del planeta, el microbusero más gandúl y sí, el perro más perro de todo el departamento de tránsito.

La situación puede variar de acuerdo a la hora, el lugar, la circunstancia. Pongamos por ejemplo las 14 horas de un jueves cualquiera.

Por motivos del todo incomprensibles, resulta usted victimado por un tráfico espeluznante, por la salida desbocada de rapaces colegiales y sus dulces mamitas que han decidido instalarse en doble fila esperando al dulce angelito sudoroso, mugriento y sofocado que tiene a bien derramar sus canicas y ponerse a recogerlas de una en una mientras usted, sensato, paciente, comprensivo conductor, espera, espera, espera.

Podrían también ser las 2 de la mañana de un sábado y usted traer sus copitas de más y no importaría de todos modos. Delante de usted pasaría, en su coche recién comprado, el adolescente más irresponsable de la historia que pretende estrellarse en el siguiente semáforo y usted, prudente como es, da a su acompañante la crítica sobre esta juventud insensata que se lanza a la perdición.

Reconozcamos que usted es un conductor con mala suerte, qué remedio. El mundo lo odia y usted, en recíproca armonía, odia a todo el mundo.

Pero mientras vaya solo, seguirá siendo el dueño, único e indivisible, de ese hermoso bello momento de estar al volante en su pequeño carruaje de gloria. Pero…

¿Qué hace cuando junto a usted, como su mejor compañía, como su soporte, como alguien que lo comprende como nadie, va su linda, bella, dulce, novia, esposa, amante, movida, quelite y/o todas las anteriores?

Qué hace usted cuando con dulzura le dicen: Mi amor, mi vida, mi cielo, ¿¿¿¿¿por qué carajo no te fijas cada que pasas un tope?????? ¿No crees que vas muy rápido? ¡Cuidado, casi le das! ¡No, tú fuiste el que se atravesó! ¡Siempre haces lo mismo! ¿Qué nunca te puedes fijar? ¡Ay, Manejas horrible, un día nos vas a matar!

Lo sé, lo sé. Con esa incomprensión destruyen su pequeño reino y le aumentan una neurosis más a su difícil labor de conductor resignado.

Es esa la prueba 576576-67677/768 de que usted lleva el volante honorariamente, pero alguien más es el (la) que dirige no sólo el coche, sino también su paupérrimo destino.

Pero no se sienta solo. Lo he vivido también, aunque yo en el asiento de atrás de su coche. Y, créalo, suele ser harto interesante y genera varias teorías sobre las relaciones de pareja, la comunicación, los métodos de control y otras minucias que contaré otro día con un poco más de calma.

martes, 6 de octubre de 2009

Transparencia Ocre (de la serie de pinturas de la obra Destinos)

Transparencia Ocre

perdido en el cristal de tu voz de dátil,

canto de arena,

apacienta los carros del faraón,

e inunda con mirra el ocre,

canta el cantar de Salomón

del pintar de los pintares

piel color arena, mar de dunas,

dame de beber del oasis de tu boca.

Espiral (De la serie de pinturas Destinos)

Succionado por remolinos de cicatrices que no sangran

Llueven lágrimas que en la tribuna recogen el júbilo de los mancos,

Sueños clandestinos de camas que se van enfriando,

Muertos desesperados que buscan pasaporte en Shangri-la

La miseria invade mis trincheras, desdibuja mi destino,

El terror se apodera del espejo, reflejo del porvenir,

Muñecas de papel que se ahogan en la asfixia de vivir,

Y por fin, dejarse llevar por la corriente del remolino

Desde el profundo abismo alcanzo al cielo despejado,

No más búsquedas de tesoros, ni caravanas de especies y mirra,

Despierto en el acertijo del agua que fluye a través del tiempo

La mirada se conforta con la complicidad de su milagro.

El Vuelo (de la serie de las pinturas de la obra Destinos)

El etéreo de tus pasos baila al vuelo del exilio

Entre el sol y el camino, vals de segundo, música de viento,

Pinceladas de sol, tristeza espectadora sin permiso

en palcos de rojo

Golondrina ligera, la esperanza emigra de tus ojos

Ningún lugar poseo y marcho a ninguna tierra prometida

La vida es la carretera y una golondrina en el cielo,

Poseo la sombra cuando sobra el sol y vendo la aventura de todos los días,

Pero por encima de todo, tengo en la alas las cicatrices del buen viento.