domingo, 20 de septiembre de 2009

Media noche

Son las 3 de la mañana y las opciones son escasas. La primera es dormir, pero si pudiera hacerlo no habría cabida para las otras ennumerables, que no innumerables.

2. Seguir viendo por enésima vez el maldito comercial de fataché que me convence de mi creciente obesidad y de la urgente necesidad de detenerla, a cualquier costo.

3. Mirar por las siguientes 3 horas el techo y descubrir que le hace falta una mano de pintura y que en realidad no hago otra cosa que pensar en ti y luego escribir una canción para descubrir que el cabronsísimo de Serrat me la  plagió antes de que se me ocurriera seguramente porque me lleva harta ventaja en eso del insomnio, pero cuando lo alcance, ah, cuando lo alcance, entonces sabrá el infeliz de lo que soy capaz con suficientes horas sin dormir y entonces yo descubriré, como el perfecto estúpido que soy, que lo que he ganado en insomnio no lo ganaré jamás de los jamaces en talento y el bendito infame me seguirá ganando de todos modos la partida.

4. Hacerle el amor a mi mujer como un palurdo obseso, con esa intensidad nunca antes vista y mucho menos lograda en los años precedentes, oírla decir que nunca nadie, que así así, que como yo ninguno, que si así seré siempre no importa que la despierte de su más profundo sueño aunque tenga que levantarse mañana a las 6 en punto, que bien vale el desvelo, hasta descubrir que mi mujer nunca ha sido mía de veras, que estamos solos fataché y yo, que hacer el amor como un palurdo obseso no es más que una méndiga chaqueta.

5. Marcar un número “al azar” y preguntarle a quien conteste si el fataché funciona o contarle que al techo le hace falta una mano de pintura sin develar de ningún modo mis ansias de palurdo obseso ni mucho menos el asunto del no hago otra cosa que pensar en ti.

6. Hacerle caso al publicista de la Gandhi y aceptar que amar es sufrir pero leer es gozar aunque sea evidente que sufre del mismo mal que las mujeres que creen que un orgasmo es lo mismo que una barra de chocolate Carlos V. Pero olvidemos la dialéctica y gocemos pues con Beatriz Helena Viterbo cuyo eufemismo muestra más de lo que esconde o, en una vuelta de tuerca sobre el goce literario, contagiemos a otros tantos insomnes de este bendito placer que es posar la pluma afilada sobre un trozo de papel (o los dedos en las teclas, que suele ser harto más sugerente y hace evidentes varias pulsiones frustradas) y hacerlos partícipes de la duda de lo que uno es capaz de hacer a las 3 de la mañana en que las musas han pasao de mí porque se han ido con quién sabe quién carajo, pero que en definitiva no es conmigo con quien se han quedado.