martes, 8 de julio de 2008

Homo erectus

En un acto de imprudencia, se me ocurrió confesar a alguien un día:

—Me siento solo.

—¿Y cómo es la mujer que buscas? —me contestó.

Ay, madre mía. ¿Pues que una declaración de soledad implica siempre a una vieja? Claramente uno tiene necesidades físicas que cubrir, que se van subsanando de la mejor manera que es posible, pero de ahí a querer una riña cada vez por el sabor del helado o elegir el lado de la cama (lo cual ya implica que no hay uno sobre otro) o cómo repartir el pinche salario entre dos, hay una distancia de aquí a Marte y de regreso.

¿Y quién dijo que uno "busca" a una mujer? En el mejor de los casos —o en el peor de ellos— la encuentras de pronto. Tal vez la confusión venga de nuestros ancestros mayas que usaban el mismo verbo para ambas cosas, o de mi incertidumbre en italiano que aún no logra resolver cuál significa qué entre trovare y cercare.

¿Y qué entenderá la gente por soledad? O peor, ¿qué entiendo yo? A lo mejor entre esas raras enfermedades confusivas mías (como diría cierta colega a quien hay que reconocer el crédito de la frase para que no haya queja después) está mi falsa definición de aquello.

Claramente, la mía incluye también, y sobre todo, ausencias intelectuales que son difíciles de llenar aunque, claro, parece que soy el único que parece preocupado por esto. Para el resto creo que las caderas ganan siempre la partida.

Después de toda mi monserga, me miró como bicho raro, con una compasión infinita. Con voz confidente y una palmada en el hombro de complicidad, me contestó:

    —Te entiendo, amigo, no es fácil salir del clóset.

    Una vez más, la teoría comprobada. Hay en el ambiente una soledad insoportable.

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