viernes, 29 de agosto de 2008

Vuele bajo

Después de meses de espera estoy a unos días de cruzar el charco, de oeste a este, para más datos. "Espera" es un decir. Un día, como aquella ratita de un cuento, no supe qué hacer con mi monedita y que me compro un boleto de avión. Pusilánime como soy, de ida y vuelta y por 30 días. Luego, por cosas que aquí no se van a explicar, me olvidé del asunto. Hace un par de semanas me quedó claro que no tenía un plan de viaje, ni ropa, ni maleta, ni dinero. En resumen: No sé a qué carajo voy.

Junté lo que pude, que al cambiarlo en el banco por la monedita aquella se desvanecieron los miles y se hicieron unas cuantas docenas, pero ya, carguemos pues con el doloroso penar de la paridad cambiaria. Andaré caminando por calles que no conozco y trataré de probar mi incipiente italiano. Inaugurase así mi ingreso oficial a la clase media, con sueños varios y frustraciones mayores, donde uno le cuenta a todo el mundo la maravilla de lo que va a hacer y tiempo después lo horrendo que ha salido todo. Se comprenderá por fin que andar cargando una mochila de veinte kilos 24 horas por 30 días no tiene nada de divertido, que la gente es igual de babosa en cualquier parte del mundo y que andar tomando fotos como japonés para presumir después con los amigos servirá para llenar aquel viejo baúl que ni uno mismo vuelve a abrir jamás.

Se dice que los viajes son la cosa seria de la gente superficial y la cosa superficial de la gente seria. No sé de qué lado estoy, tengo sospechas.

Dejo el changarro mientras tanto. Una pausa y se verá luego. Esperemos que haya historias, no tienen que ser grandes, con que haya historias basta. Y como diría Facundo Cabral: Vuele bajo porque abajo está la verdad.

"Escribo sólo por matar las tardes, por no ponerme a deshacer (o rehacer) maletas, por no andar, como el rey de los cobardes, mustio, con un ramito de violetas, en el sepelio de las decepciones". Joaquín Sabina.

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