jueves, 15 de mayo de 2008

Protestas del corazón

Como me paso persiguiendo camiones (único ejercicio posible), voy a un bar por una copa y milagrosamente se multiplican, fumo más de lo que como y duermo casi nada, las protestas corporales empiezan a hacerse recurrentes. A tanta insistencia de los que me quieren, pero más de los que no me quieren, me he dado una vuelta, un paseíllo, dirían los toreros (con mucho menos dignidad y aún menos bizarría), por la casa de un cierto señor que me ha mirado cejijunto. Qué le pasa, preguntó solemne. Todo, contesté resuelto. A ver, a ver, vamos a ver. Pues esperemos que veamos. Me midió, por si fuera poco, un centímetro menos que la última vez; graves sospechas sobre la extinción de mi estirpe. Me pesó, 2 kilos más, asunto que la talla ya antes había confirmado. Me manoseó las carnes, me exploró las caries, me hizo repetir un Do de percho que se quebró al instante con una tímida tosecita, me obligó a leer minúsculas letras a una distancia increíble y me sofocó por 5 minutos en una horrenda caminadora. Después de ultrajar mi ser sin pudor alguno, se sentó con cara circunspecta mientras yo me vestía y trataba de controlar la respiración. Bien, bien –dijo-, le voy a recetar unas vitaminas, una rutina de ejercicio y una dieta (no grasas, no picante); además, debe dejar de fumar y de beber. También me dio un remedio natural para conciliar el sueño. Debe realizarse los siguientes análisis y regresar con los resultados la próxima semana. Salí de ahí con varios cientos de pesos menos en la bolsa y un no sé qué en el corazón. Y no, no me sentía mejor.

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