lunes, 6 de febrero de 2012

Pablito clavó un clavito


Por fin pude zafarme de la comida del domingo. Ahora fui yo quien inventé un inexistente dolor de estómago y Mariana quiso creerme. Haré una lista de pretextos en caso de emergencia. Se llevó a Pablito, quien nació por clavar un clavito, y me sirvo un whisky, que no pruebo desde hace meses, mientras trato de recuperar mi fracasada carrera literaria a hurtadillas, como una suerte de infidelidad, la única que tendré por ahora. Tuve la tentación de llamar a algunos amigos, pero sospeché que ellos si han ido a su respectiva comida familiar; además, seriamos fácilmente descubiertos.

Empiezo a creer que a Mariana le caga que escriba. No lo dice, aunque hay múltiples sabotajes cotidianos. Sacar la basura o ir al super suele ser más importante. Después de ocho años, yo cambié, ella cambió; ninguno de los dos para donde el otro quiso. Atrás han quedado las ilusiones, asesinadas por la cruda realidad. Después de siete años, Mariana, mi exnovia, se convirtió en mi mujer. Hace tres meses, o hace doce, según quiera verse, Pablito llegó para quedarse. Touché a la primera.

Conocí a Mariana en la caravana zapatista, antes de que Marcos le pareciera un payasito con pipa. Fue panfleto a primera vista. Coincidimos debajo de una carpa improvisada para repartir propaganda y reunir firmas, ya no me acuerdo para qué. Ella estudiaba Ciencias Políticas en la UNAM y yo terminaba Economía en la Buapachosa. Perfecta combinación. Cómo imaginar que las botas mineras se convertirían en docenas de zapatillas del Palacio de Hierro a meses sin intereses y pagadas con mi tarjeta, naturalmente.

En aquel tiempo, yo quería ser escritor y ella trabajar en ONGS a favor de los indígenas, los migrantes, las ballenas y cualquier especie en peligro de exterminio. Hoy, hago reportes contables de nueve a cinco y ella es editora de una revista que oculta cada vez menos quién la subsidia. Ninguno de los dos creía en el matrimonio, pero la familia, los amigos y las presiones sociales suelen ser muy persistentes. Dije que sí para no decir que no. Mamá está encantada de verme sentar cabeza.

Mariana dice que me quiere, aunque hace todo lo posible por demostrarme lo contrario. Supongo que yo hago lo mismo. Ocho años son muchos años. Visto a la distancia, nada queda de aquellos días. Dicen que el amor cambia, que toma otra forma, que hay que buscar motivos nuevos. Tengo grandísimas dudas al respecto. La nueva secretaria de medias negras suele alegrarme con una sonrisa alentadora los días de mejor manera. Algunas fantasías.

Más por accidente que por curiosidad, esta mañana descubrí un mensaje en el celular de Mariana. No sabía de la existencia de ningún Armando. Por costumbre, que no por interés, conozco a todos sus amigos. Armando no era ninguno de ellos. No soy paranoico y es mejor no pensar en esas cosas. Los deseos de buen domingo son deseos de buen domingo y nada más ¿o no?

Qué delicia es escuchar el tinteneante sonar de los hielos antes de que el líquido pase por mi boca y escurra por mi garganta. Me queda un par de horas antes de que vuelvan, antes de gastarme otro pretexto para justificar mi aliento, antes de tener que volver a fingir que es un domingo igual a cualquier otro. Rezo porque Pablo ya venga dormido.

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