jueves, 2 de febrero de 2012

Monstruos literarios


Siempre supe que publicar un libro era quasi imposible. Me lo dijeron en las clases de literatura, mis amigos escritores con su engargolado bajo el brazo, los escritores que no eran mis amigos con 3 libros publicados y uno que otro gerente de la Volkswagen.
   
            Me lo he repetido desde hace diez o quince años como un ritual cada que tengo un artículo de dos párrafos y no sé dónde publicarlo, a las tres de la mañana después de varias docenas de cerveza y en las terribilísimas noches de insomnio en que Morpheus no tiene piedad de mí.

             Lo que ninguno de ellos me dijo nunca es que, si publicar era quasi imposible, escribir era imposible del todo.

              El drama más conocido es la página en blanco. Esa historia que te rondó en la cabeza durante todo el día y que, a la hora de sentarte a escribirla, desaparece como ha llegado. Por dónde empezar, por dónde seguir, cómo carajo terminarla. El drama más largo es sortear la página en blanco, escribir y descubrir, después de varias páginas, que ni una sola del cúmulo de frases vale el papel en el que aún no está escrito. Word ha salvado a millares de árboles por fortuna.

            El tercer drama en mi lista es el que he clasificado como el Síndrome del Messi Anónimo. En el mundo hay muchos Messis que desbordan talento a raudales, que tocan el balón como los dioses, que meten goles de bandera cada vez que tocan el balón y se llevan a medio equipo contrario en un solo quiebre de cadera para dejar la pelota acariciando la red como con la mano. Todo esto ocurre de lunes a sábado en los entrenamientos, pero el domingo, con el estadio repleto, enfrente del equipo rival, jugando de visitante, el balón se convierte en una sandía ovoide que no alcanzo a golpear con mínima decencia. Ese es el tránsito que hay que pasar entre un blog y un libro. El blog es el entrenamiento, el libro es el Bernabeu. Y sólo queda comer banca eternamente, mientras se adivina que pasaremos a la lista de transferibles.

          Pero eso no es nada. Esos son inventos de la cabeza perfectamente superables en tanto se comprenda que lo peor que puede pasar es lo que ya está pasando: que no pase nada. Y un día la página ya no está en blanco ni parece tan mierda y el gol de bandera llega en la final de la champions en el minuto 90 contra el Real Madrid.

           La realidad es más cruel que cualquier trauma. Lo que hace imposible no publicar, sino siquiera escribir, es el terrible lastre de la vida diaria. Mi mujer preguntando cada día si no me he cansado de perder el tiempo, mi hijo de tres meses llorando porque no come letras, el gerente del departamento de contabilidad que requiere reportes antes de las cinco, el maldito cansancio de los 33 años que sólo me pide dormir sin sueños intermedios.

              Ya es febrero y ésta es mi primera nota del año. Lo cual significa que ya no hay partido el domingo porque he faltado a todos los entrenamientos. Desde la cocina, mi mujer grita que se ha terminado la leche. El niño llora, grita, como diciendo: ¡a ver a qué horas, hijo de puta! Si hay faltas de ortografía, doy disculpas. Si hay errores de redacción, también. No tengo tiempo para detenerme en correcciones. No habrá más novela que la que me cuento cada día entre berridos. Mi mujer ha salido de la cocina para repetirme los gritos en la cara. Una lluvia de saliva furibunda me despierta.
               

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