viernes, 6 de mayo de 2011

Manual para beber un cabernet sin mancharse la camisa

Aunque es de uso común, no se confunda: “Necesito dinero” no significa lo mismo que “quiero trabajar”. Ni es lo mismo ni mucho menos igual.

Si, por un misterio que aquí no desentrañaremos, un día le llama un tipo de voz cavernosa y le dice algo como: Soy el notario de la Sra. De Pérez y Pérez y Pérez Serás (o Perecerás, no es claro con aquella voz cavernosa), tía política suya, casada con el tío de padre de la madre del compadre del amigo de su hijo, que le ha dejado una cuantiosa herencia en libras esterlinas, usted no se preguntaría en qué termina aquella larga lista de parentescos (aunque sería interesante que alguien me lo haga saber, soy curioso por naturaleza). Antes bien, empezaría las fatídicas ilusiones que genera la fortuna. Los primeros sueños incluyen casa, coche y refrigerador lleno; pago de todas las deudas reales o imaginarias y, en un acto de sublime filiación con su difunta tía (la llamaremos tía para evitar comprensiones innecesarias), ganas de conocer la ciudad inglesa donde la tía ha pasado sus últimos y delirantes días, lo cual implica, ya cruzado el charco, un paseo glamuroso por países varios de aquella región del mundo, descubrir que hay hoteles cuyas habitaciones son del tamaño de su antigua casa, comidas inimaginables y hasta seres simpáticos. Podría incluso descubrir su afección al ocio y al cultivo de algunos vicios. Todo aquello que ha atacado como ideólogo del mundo contemporáneo se iría por el mismo lado por donde ha venido y la mayor queja social en su cabeza sería la incapacidad de los suizos para comprenderlo.

¿Y el trabajo? Ése, en su vieja oficina, con su viejo sueldo, con su vieja semana de vacaciones al año y sus viejos sueños enmohecidos por esperar un ascenso que se va convirtiendo en descenso. Ese lindo y bello trabajo se podría ir a la mierda en un abrir y cerrar de ojos.

Sólo se trabaja beatíficamente cuando no se tiene dinero suficiente para gastarlo.

Con la herencia de la tía, yo podría tranquilamente dedicarme a cosas bastante más vivificadoras para el cuerpo y para el alma y, en un acto de gratuita nobleza, escribir blogs rememorando mis austeros días en aquella y repudiada clase media.

Sospecho que empezaría a perder credibilidad. Pero, en el peor de los casos, inauguraría un blog que se llamara: Manual para beber un cabernet sin mancharse la camisa.

De todos modos, los lectores de cualquier clase, seguirían siendo 3.

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