miércoles, 18 de mayo de 2011

Los derechos de mi izquierda

Cuando entré a la facultad de economía, el papá de un amigo, en actitud protectora me advirtió: Cuidado; no te vayas a volver rojillo. En mi defensa, mi amigo contestó: No, papi, Ray tiene sus principios muy firmes.

Yo lo oí todo sin decir palabra. Moví la cabeza. Dije sí, dije no, según el caso. Aunque no entendí un carajo de aquella conversación que me tenía a mí como protagonista. ¿Qué carajo era eso de ser rojillo? ¿De qué pinches principios hablaba el otro? ¿Y por qué los iba a tener firmes? ¿A los 17 (o a los 32) se puede tener algo firme en la vida? Lo más firme que tenía entonces era cierta parte de mi cuerpo, y varias veces al día, aunque no creo que fuera de esa firmeza de la que hablaban.

Resulta que, haciendo caso omiso a la mención colorida y caso absoluto a mi firmeza, me matriculé en la facultad de economía en el año de Nuestro Señor de 1998.

Más por firmeza que por colorido, me vi a los pocos meses en mi primera marcha por los derechos de los izquierdos. Seducido por una noble doncella de pelo ensortijado y despeinado, me encontré en las calles gritando consignas que yo repetía eufórico y a destiempo: ICIA. IVA ATA. APAS SI, ERNO NO. Cosas así. En pleno puño levantado, mi querida despeinada me puso un beso de lengüita sabor delicados sin filtro y supe lo que era tener muy firmes hasta los principios. Gritando al unísono, con la carabina 30-30 lista pa’l disparo, esa noche armamos juntos una revolución.

Así supe que las minorías eran mayoría, que se podía saltar de ismo en ismo al mismo tiempo que de cama en cama y que yo era uno de los tres que había tenido a bien leer de veras El Capital de cabo a rabo mientras los demás se llenaban la boca con cosas como lumpen proletariado o la lucha de clases que enunciaban mal y entendían menos. Y rojilla tenía la cara de tanto sol, de tanta marcha y me hacía gracia que me dijeran que era de izquierda cuando con la izquierda no podía ni amarrarme los zapatos.

15 años después, resulta que los rojos son azules y los azules amarillos. Cansados de cargar una biblia en la mochila, de la cual no pudieron pasar de la página 2 y la segunda columna, cansados del rezo les dio por el grito, hasta el de dolores. Y como no era el caso de cambiar la gorda biblia por el gordo capital, el capital pasó a la chequera y la biblia al baúl de los libros prohibidos.

Hoy, en el año de Nuestro Señor de 2011, de a tiro por viaje, debo oír a mis amigos de derecha con discursos furibundos sobre los derechos y a la mayoría creyéndose minoría. La minoría sigue sin creerse nada.

Yo sigo creyendo, en el fondo de mi corazón, que puedo pagar mis deudas con poesía, mala, para más datos; sin ninguna firmeza. De colores, siempre preferí el azul marino y aprendí el sutil arte del callo, veo y escucho con sonrisa beatífica en los labios.

De todas formas, la izquierda sigue sin funcionarme bien sin ningún derecho. Mala cosa.

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