viernes, 3 de julio de 2009

Deshojando margaritas

A falta de historias que contar uno empieza a hurgar en el pasado, ahí donde parecía que había sobre el cristal una raya de mejores ilusiones y empezar como juanga a decir que a mis dieciséis… tenía una novia que me quiso y yo a ella, aunque fuera por dos meses, y subía montañas repletas de nieve y tomaba una mochila con una muda de ropa y me lanzaba a ver lo que había más allá de la acera y era feliz creyendo que tenía esperanzas de tocar bien la guitarra. En suma, una cosa tan cursi que sólo de pensarla dan ganas de deshojar margaritas y comer flores. Pero claro, ahora es cursi, antes era la verdad más verdadera. Como verdad fue también la primera vez que mi mayoría de edad me proporcionó mi incipiente ciudadanía.
Una credencial con mi foto de ratón sorprendido me decía que ya alcanzaba los korn flakes de la alacena y podía comportarme como todo un señorito muy adulto y muy responsable.
Con la venia del estado, di rienda suelta a mi madurez. Por primera vez entré a un antro sin sobornar cadeneros y me bebí todo lo libre que había en la barra al lado de una hermosa argentina que me dio todo el amor del que era capaz por sólo cuatrocientos pesos y, en la sala de un cine infesto de aromas indescriptibles, descubrí la más extremas connotaciones del oh my god, y sí, en el colmo del descaro, voté por primera vez.
Un poquito de historia me enseñó que los tricolores habían tenido 70 años de oportunidad y que los azules no tenían ni puta idea, así que me fui por los amarillos. No ganaron, así que al fin yo no decidí ni madres, pero eso no me quitó la ilusión. En mis pocas incursiones a las urnas me fui enterando de a poco que, sin importar el color, los nombres de los fulanos me eran del todo desconocidos, y con el nombre también sus manías y sus fobias, sus rencores y sus traumas y al fin de todo, si ellos, que salían en la tele cada 2 minutos, me resultaba unos perfectos desconocidos, yo, que por entonces no salía ni en el periódico mural del tercero de prepa, debía de ser para ellos del todo inexistente. Así que empecé a anular mi voto.
Al paso del tiempo, la vida, que es una cosa que nadie entiende, pero de la que todo mundo habla, resulta ser no tan buena ni tan interesante ni tan intensa ni tan bella ni tan grave ni tan seria; Dios resulta ser un don nadie sin oficio ni beneficio que vive de glorias pasadas y que ha perdido toda credibilidad en los comicios; la chica que me quiere no me quiere como quiero yo ni mucho menos la quiero como quiere ella; eso de subir montañas no resulta más divertido que el futbol de los domingo; cruzar la acera sale demasiado caro para mi salario de oficina y dejé la guitarra por la pluma a ver si me encontraba un poco de talento acaso por accidente. Y, en un acto de bondad sin precedentes, permito que mis amigos crean todavía en la democracia y repitan sus discursos reciclados que desempolvan cada 3 años mientras yo me enciendo el décimo cigarro de la tarde pensando en que Megan Fox está igual o más buena que Angelina pero más joven, más rica y más de moda y que si me dieran a elegir entre las 2 declararía empate técnico, nomás pa’ que ninguno, ni ellos ni yo, perdamos las ilusiones y sigamos deshojando margaritas mientras lentamente nos carga la chingada con toda la dignidad de nuestra ciudadanía responsable a cuestas entre el infesto aroma de la desesperanza.

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