viernes, 2 de enero de 2015

Instrucciones para años nuevos


Como es de conocimiento público, (y si no lo es, lo doy a conocer ahora), pocas son mis filiaciones a los festejos cotidianos. No entiendo mucho de celebraciones. No logro comprender del todo los cumpleaños felices, ni las navidades con villancicos ni los años nuevos, que vienen y van, con sus cuestas de enero y su aumento del 3% a la gasolina y sus propósitos que antes de febrero ya sabemos que, otra vez, no habremos de cumplir.

                Nadie me cree, pero más de una vez he olvidado el día de mi cumpleaños, lo cual implica que nadie tuvo a bien recordármelo. Sí, sí; es hora de preguntarse: ¿acaso este pobre pendejo no le importa a nadie? En contra de las morales en turno, opino lo contrario: creo que hay más gente que me quiere que la que quiero yo, aunque no sé cómo ni sé bien por qué. Algo debo de hacer bien, en medio de todo, para que me quiera quien yo quiero; algo debo de hacer mal para ser querido aún por aquéllos a quienes adeudo reciprocidad.

                Estas celebraciones multitudinarias sirven para confirmar quién está en la lista, quién se va, quién regresa. Los que están, llamarán también mañana. Los que se han ido, ya no me dirán un hola el 1 de marzo sin necesidad de pretexto. Los que regresan, me hacen pensar en mí a través de ellos.
            
            Hace años, en algún lugar de este achatado mundo, conocí a un tipo por 3 ó 4 días. Recorrimos una ciudad descolorida, cada uno con una botella de vino en la mano y una Verónica en la otra (ahora que lo escribo, me sorprende recordar su nombre). Luego, al cuarto o quinto día, él siguió recorriendo el mundo y yo me quedé con la esperanza de ir a una isla a la cual no llegué nunca. Eso fue todo. Sin embargo, el tipo me escribe cada tanto desde entonces. Ha pasado por docenas de ciudades y centenares de gente y sigo sin saber cómo, a pesar de ello, aún viene a refrescarme la memoria. ¿Qué hace que alguien nos recuerde? Algo deja uno después de pasar su sombra.

                Con el pretexto de los años viejos, alguien más también me ha llamado. No me sorprende recordar su nombre ni que ella recuerde el mío; me sorprende, tal vez, que aún necesite pretextos para enunciarlo.  Once años después, mientras nos cantábamos las 4 y 10 en prosa, con el cine y las clases de francés incluidas, los muy bien y la foto de uno o dos gatos en temporal sustitución de un hijo aún no nacido, me descubrí con la nostalgia de la nostalgia. Recordé mis emociones de aquellos días (recordé que las había sentido; no fui capaz de sentirlas de nuevo), recordé cuando no necesitaba pretextos y supe, no sin pesares, que el niño que fui ya estaba dormido.

Neruda diría: “Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise”.

                Ya es 2 de enero. Tengo que terminar artículos, hacer declaraciones fiscales, preparar un curso, reescribir por décima vez el capítulo de mi novela, hacer un proyecto de supervivencia y soportar, de la mejor forma que sea posible, el paso de nuevos años nuevos. Esta nota es el último vestigio de mi nostalgia estacional. El eterno viajero, lo sé, seguirá escribiendo para confirmar que puedo ser un tipo memorable. Ella volverá a buscar otro pretexto, también lo sé, aunque ahora ya no importe. De todos modos, Iñárritu tiene razón: “también somos lo que hemos perdido”.

                Otras certezas tengo mientras tanto. Mi teléfono va a sonar en cualquier momento sin necesidad de pretextos. Uno me recitará las novedades de los tres únicos temas que le importan en la vida y colgará hasta nuevo aviso. Otro me hará triple sesión terapéutica sin cobrarme un centavo. La doña, con el paso de los días, perdonará al espíritu de las navidades pasadas y volverá a invitarme con el espíritu de las navidades por venir. La vida seguirá ocurriendo sin remedio.

                Hace más de una década que escribí: dónde siempre, dónde siempre. Desde cuándo es siempre o cuándo dejó de serlo.

Y sigo estando aquí, dejando que los años nuevos se vayan haciendo viejos; sin prometer cartas que ya no escribiré.


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