martes, 1 de abril de 2014

Manual para perder amigos.

El próximo 15 de abril se cumplen nueve meses que, como un niño que nace sin torta bajo el brazo, mi mujer me dejó; o yo a ella (ya no quiero acordarme) o que, usando uno de esos plurales que detesto, simplemente, nos dejamos.

                En nueve meses, han pasado más cosas que en los últimos años de asquerosa rutina. Primero, me sentí liberado; luego, la odié en silencio; después, la aborrecí con gritos; en algún punto, entre el odio público y privado, lloré por ella, o por mí, o por ambos, o por Pablito, o por el clavito, o por la chingada madre; la chingada madre del niño Pablo, del niño Ray y hasta de tu chingada madre si es preciso. Y sí, también me odié hasta el hartazgo.

                Al principio, mis amigos soportaron como espectadores griegos ante tan sublime tragedia. Me regalaron su tiempo, su lástima, su condolencia. Poco a poco, se fueron retirando a discreción, hasta que mis improperios rebotaron en las paredes de habitaciones vacías. Cuando me vi solo, lamiéndome las heridas, cual héroe griego de mi propia tragedia, traté de reivindicarme. Me lancé en pos de gentiles doncellas que me entretuvieran el insomnio y me endulzaran los días. Luego de múltiples intentos, desistí y regrese a mi incansable lamer de heridas sin cerrar. Esta vez, detestando la mezquindad de mis amigos, odiando su falta de solidaridad, repudiando su malsano egoísmo y su intolerancia. Quise matar 27 veces a mi jefe, asesiné a mis colegas 14 veces por día y destruí todo lazo con la humanidad circundante mientras Pablito seguía creciendo y demandando caprichos a través de la voz de su santa madre.

                Uno de los amigos que perdí (¿me seguirá leyendo?), solía decir que él escogía a sus amigos. No sé si eso sea posible o no, a mí sólo me caen por razones insospechadas, pero, de haberlo sabido, también yo hubiera intentado calcularlo. Otro, que me doraba la píldora con que era un gran conversador (yo, no él), terminó prefiriendo conversaciones que no incluyeran multiplicidad de odios contra el mundo. El antineurótico (sí, neta, cree el muy iluso que le creemos que no es neurótico) terminó neurotizado de mi neurosis. Hay uno que sigue buscando adjetivos que me describan adecuadamente; ha encontrado tantos, que soy yo quien no quiere verlo. Un miamigo (que no se sabe si es mi amigo), hace tiempo que dejó de decir que es mi ejemplo a seguir. De mis amigas, no puedo decir nada; temo que su encono me alcance donde quiera que estén (además, no me leen; así que pa’ qué alargar la glosa).

                 Una de ellas, se atrevió a decirme (¿la mandarían los demás de vocera? ¿Se lo jugaron a suertes y perdió?), con suma dulzura (eso sí), tiempo atrás, lo que todos piensan y que nadie se atreve a decirme mirándome a los ojos: Ray, te has vuelto muy exigente, y aun así te queremos. Y yo, que aún tengo un atisbo de cordura, asentí. Exigente. Ja. ¿Exigente yo? ¡Habrase visto! ¡Qué desfachatez!

                Lo que la pobre no supo decir (el de los adjetivos no la asesoró correctamente) es: te has vuelto intolerante, mezquino y un maldito egoísta de mierda. Estoy de acuerdo. Excepto en una cosa: no me he vuelto, lo he sido siempre. Y sí; así me han querido de todas maneras. Porque, como diría aquél de las presuntas buenas conversaciones: no importa cuán mequetrefe es uno y cuán mequetrefes son ellos: por eso te llevas con ellos, por eso se llevan contigo. Los que se quedan, si es que queda alguno, son esos que, después de odiarme en silencio innumerables veces, acaban concluyendo en privado y luego en público, después de hacer mi reputación pedazos: pero, pos, así es el pinche Ray.

Y yo, que así soy, en efecto, los detesto con toda mi alma, los traiciono por triplicado de uno en uno y de tres en tres y, cuando al fin me entero que hace nueve meses que mi mujer me ha dejado, o yo a ella (ya qué importa) y que Pablito es un pedinche irredento, me pongo a escribir apologías para mí y mis lectores que no son otros que esos mequetrefes de los que hablo porque son los únicos que aún quedan para soportar mi monserga disfrazada de literatura.

Haciendo cuentas, tengo asegurada la venta de una docena de libros. Eso es muy poco para un escritor, pero mucho más de lo que un mequetrefe como yo podría pedir.

2 comentarios:

  1. a veces, como esta vez, se está solo y a la vez mal acompañado, deberias buscar compañia mejor que tu mismo, crrar la boca y esperar que pase la tormenta, total ya da lo mismo lo que pienses. nadie está escuchando.

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    1. "Deberías buscar compañía mejor que tú mismo". Me gustó. Por fortuna o infortunio, el otro sigue yendo a donde quiera que yo voy.

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