sábado, 15 de diciembre de 2012

Manual para orinar sin salpicar la taza


No. Por increíble que parezca, cuando orinamos no tenemos complejo de decoradores de pasteles sobre la taza de baño. Apuntamos siempre al centro. Pero hay una ley física implicada en todo esto.

                Si lanzamos un fluido a cierta distancia, el fluido, al chocar contra la superficie, sal-pi-ca. Entre mayor distancia hay entre el origen y el destino, la posibilidad de que las gotas reboten es mayor. Eso explica por qué, un tipo de 1.90 salpica más la taza cuando orina que otro de 1.70. A distancia menor, menor salpique. Cualquier reclamo a este respecto, favor de dirigirlo a las leyes de la física.

                ¿Es necesario explicar que los hombres orinamos de pie? Al igual que las mujeres, podríamos orinar sentados, a veces lo hacemos mientras cagamos, pero, si no hay necesidad, ¿qué necesidad tenemos de exponer las nalgas? Es un asunto de estricta comodidad. Para eso, los pantalones traen cierre al frente. Nos ponemos enfrente, bajamos el cierre, con las 2 manos  tomamos nuestro aparato reproductor, lo dirigimos al centro con puntería de cazador australiano y disparamos enfocándonos en no salpicar el redondel. Pero la física es la física y la altura es la altura. Dejamos que el chorro fluya en un arco perfecto hacia el centro de la diana mientras admiramos nuestra obra y gozamos la deliciosa sensación de la vejiga liberada.

                Todo esto viene a ser una explicación necesaria después de escuchar cientos de veces la misma queja. Al parecer, hay una incomprensión de género respecto a esto. Al principio, me avergonzaba, luego me enfurecía, hasta que mi debilidad por teorizarlo todo me hizo tratar de encontrar la explicación. La verdadera explicación no es sólo la antes enunciada, sino la incapacidad de reconocimiento del otro. Después de largas cavilaciones, lo comprendí: atrapados como estamos en un pudor corporal aprendido ni siquiera somos capaces de conocer nuestro propio cuerpo. Cómo, entonces, íbamos a saber nada del cuerpo del otro y mucho menos de sus costumbres orínicas. Generalmente, eso sólo se viene a descubrir en plena convivencia y el romance se desvanece. La princesa no caga bombones, sino bombas molotov. El príncipe tiene aliento de dragón por las mañanas, unos pedos que recuerdan su ancestral preparación para la guerra y, horror de horrores, salpica la pinchísima taza porque los mingitorios sólo existen en los baños públicos. Posdata: mingitorio es esa “taza de baño” especial para que los hombres orinen.

                Como se sabe que es difícil convencer al respetable, ya oigo las voces reclamatorias: ashhh, si eso fuera así, ¿por qué cuando éramos novios no salpicabas? Respuesta clara y contundente: porque limpiaba la pinche taza. Punto.

                Explicado esto, espero no tener que hacerlo cada vez. La lección se llama: conozca su cuerpo y, de pasada, conozca el del otro, costumbres incluidas.

                Sólo queda agregar, para dar el panorama completo, que, luego de terminar el acto orínico en cuestión, con suma concentración para reducir el salpique al mínimo posible, son precisas unas pequeñas sacudidas para evitar el maligno mal de la gota traicionera.

                Por cuestión de espacio, lo del lavado de manos queda pendiente. 

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