domingo, 10 de abril de 2011

Cosmogonía masculina

Me rechazó, me dijo con la cara desencajada, como si hubiera muerto su madre. La historia no era fuera de lo común, ni siquiera particularmente interesante. Se había acercado a un tipo, con su mejor sonrisa, con su mejor escote, con su mejor movimiento de caderas y él, indiferente, le había contestado sin más, cuando ella lo invitó a bailar: gracias, pero no, gracias.

Hasta aquí tenemos una historia de lo más cotidiana, con una ligera agravante: era la primera vez que le pasaba en la vida.

Estaba furiosa. Estaba desorientada. Estaba deshecha.

Cuando le expliqué cómo funcionaban las cosas, estaba perpleja. Me costó trabajo hacerle entender que eso pasaba todo el tiempo. Llegué a creer que toda su furia y frustración se descargarían sobre mí.

Lo primero que traté de hacerle comprender es que se retiró demasiado pronto, que hay que insistir, pero sin parecer desesperada, para no brincar la ligera línea entre el interés y el acoso. Hay que acercarse con sutileza, casi como un accidente. Soltar una frase espontánea, divertida y original que llame la atención. Lo primero que nos gusta es una chica con sentido del humor. Ir encadenando una tras otra una serie de frases creativas que nos hagan sonreír y bajar la guardia, con la pausa suficiente y la interacción necesaria para sentir que ella está interesada en nosotros y no sólo es una típica cretina que sólo sabe hablar de sí misma. Tal vez después, aceptaremos bailar.

Todos sabemos que el baile es un juego erótico y de seducción; la seducción consiste en la pausa, no en la voracidad. Ligeros acercamientos, sutiles miradas, pequeños secretos. Al final de la velada, ella sabrá que todo anduvo bien si el chico acepta darle su teléfono. En este punto, no pudo evitar un gesto de repulsión; ya casi no parpadeaba. Continué.

Hay que dejar pasar algunos días, para evitar de nuevo la sensación de acoso, aunque no demasiados para parecer desinteresada. Sin perder la chispa de la primera vez, proponer una cita ligera, un café, una ida al cine. Escuchar, esa es la clave. Hacernos sentir que importamos, que nuestra vida, nuestras ideas, son importantes para ella. Mantener un acercamiento a distancia. Establecer vínculos de complicidad, bromas coloquiales entre ambos. Es importante el coqueteo, hacer sentir la intención de algo más, sin por ello saltarse los pasos necesarios para lograr que al fin caigamos en sus redes. Llenarnos de detalles, pequeños regalos para tenerla siempre presente y empezar a pensarla de modo recurrente. Irnos enamorando poco a poco. Esto le llevaría varias citas y, por fin, el primer beso en una linda velada a la luz de las velas. Quiso decir algo; las palabras no lograban pasar del cerebro a su lengua.

Le hice notar que este proceso debe ser el suficiente para que sea algo natural y espontáneo. Que el sexo llegaría cuando nosotros tuviéramos la confianza de compartir ese momento con ella, sin sentirnos utilizados, sin esa horrible sensación que sólo somos uno más en su larga lista de conquistas. Saber el momento exacto para no parecer precipitada; sin alargarlo demasiado para caer en el error de que la tensión sexual se pierda y se pase a algo tan natural como convertirse en nuestra mejor amiga, lo cual, es sabido, terminaría con sus lascivas intenciones.

Esto es una pendejada, me gritó. Quién diablos vale tanto para pasarse media vida en eso. Ni que tuvieran los huevos de oro. Por mí, esperen sentados a que se los coja su madre. Y se fue.

Ni siquiera se acordó de pagar la cuenta. Pobrecita. Pasará mucho tiempo antes de conseguir un novio. Para ello, tendrá que aprender algo de la cosmogonía masculina.

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