domingo, 1 de junio de 2008

Benvenuto in Messico, il prossimo impero

Como parece que últimamente estoy influenciado por las críticas y las acusaciones (¡no! ¿En serio?), me ha venido a la cabeza aquella cosa de mi presunto malinchismo. Nada más porque llevo años aprovechando cualquier oportunidad para hablar de mis intereses internacionales que evidencian mis múltiples eufemismos sobre cierta persona que me ha sorprendido gratamente. Entonces todo mundo supone que, por una sola muestra, me creo el cuento de que ingleses, franceses o italianos usan mejor las neuronas. Aclaración: La estupidez no conoce fronteras. Claro que de este lado del mundo, Elba Esther, Televisa y Carlos Cuauhtémoc Sánchez no ayudan mucho para que por lo menos los planes de educación mejoren —un poquito nomás— el mejor uso neuronal, pero eso no significa que no exista posibilidad de que alguno del otro lado nos mire con ojos de ratón sorprendido cuando descubre que, debajo del penacho de Moctezuma, también uno conoce ese misterioso proceso llamado pensar. Gracias a cambios sustanciales que la crisis de los 30 y otros males me han exigido, he regresado a mis andanzas de salir de la ciudad en cuanto puedo para bumburizar un poco. Como tenía una reunión en la Universidad de Xalapa para tratar con alguien sobre ciertos asuntos literarios, he aprovechado la oportunidad para hacer un pequeño tour cómico-mágico-musical. Así que, después de mi reunión en sospechosos tintes intelectuales infructuosos, he aprovechado para estar en Tajín al día siguiente. No cabe duda que el asunto piramidal es algo fuera de serie y en los últimos años, por querer mirar hacia otro lado, me he olvidado un poco de estas cosas increíbles. Así que ahí me tienen tratando de llegar hasta la cima inalcanzable de una pirámide que los años de fumar impiden. Recuperado a medias del sofoco, mientras entre nubes veo que la realidad otra vez vuelve a tomar forma de nuevo, distingo a un grupo de 6 chicos —3 y 3—, que hablan un idioma que recién aprendo para mi próxima incursión en las Europas. Interesado por tratar de entender un poco y también con la mala intención de conseguir algún contacto en el futuro, que me reduzca la incertidumbre del mencionado viaje, me acerqué a los chicos intentando comunicarme con las 4 palabras que me sé. — Ciao. Voi siete italiani? —La sorpresa estuvo de mi lado. En seguida voltearon a mirarme con una sonrisa de complicidad. — Si, si, siamo di Milan. Tu parli italiano? —les expliqué —como pude— que sólo un poco y que necesitaba que me hablaran por sílabas para comprenderlo todo. Suficiente. Me unieron al club. Como siempre pasa, el interés mutuo por lo desconocido creó vínculos inmediatos. Me preguntaron, les contesté. Les pregunté, me contestaron. De aquella conversación se puede decir poco puesto que está llena de miles de: eh… este… eh… este… non capisco niente… de mi parte y múltiples risas, divertidas para el grupo, desesperadas para mí. Pero nos entendimos como mejor se pudo. ¡Y vaya que nos entendimos! Porque la sustancia de la conversación me quedó clara en absoluto. Al parecer, todos tenían la teoría de que las pirámides, que acabábamos de ver, fueron construidas por los extraterrestres. En vano quise explicarles. Mi penacho de Moctezuma ganó la batalla ante sus ojos. Cuando renuncié a participar de la discusión y me convencieron con argumentos interesantísimos, comprendí que muy pronto seríamos los dueños del mundo, porque todo era un plan para conquistarlo. Claramente, tan eficaz como los de Pinky y Cerebro. Llevamos 500 años esperando el momento en que, peruanos del Machupichu y mayas guatemaltecos o de Campeche o Chiapas, tomen el control para ser los dueños del universo. Bien, bien. H. G. Wells no era escrito sino profeta. ¿Qué les decía yo de que la estupidez no tiene fronteras? Mis intenciones de sociabilizar y hacer amigos se fueron a la basura. Seguramente, en unos meses, cuando esté en medio de Italia durmiendo en una estación de tren y con dolor en los riñones, porque no tengo dinero para el hospedaje y nadie que me reciba en su casa, voy a odiarme con toda mi alma porque mis orgullos intelectuales no han soportado mantener una relación con seres de esa capacidad neuronal que, a cambio de varias teorías de ese nivel, podrían proveerme de casa, comida y otras cosas mejores. Guardo la secreta ilusión de que, a pesar de todo, todavía exista alguien que me saque del apuro. Tal vez necesito una que otra lección de humildad que la vida se está encargando de darme con saña inaudita. Mientras tanto, me iré a dormir para hacer mañana lo que hago todas las noches. — ¿Y qué haremos mañana en la noche, Cerebro? — Lo mismo que hacemos todas las noches Pinky: Tratar de conquistar al mundo.

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