viernes, 7 de enero de 2011

Me carga la energía

En mi adolescencia, fui de todo, hasta deportista. El portero manco de un equipo deplorable que perdía por 11-0 apenas tocando el balón. O el fiel seguidor de Michael Jordan que lanzaba ganchos espectaculares desde la línea de 3 puntos y que, más de una vez, le destruyó de un pelotazo la torta de jamón a un pobre incauto que pasaba por ahí. Por fortuna, no rompí ningún diente.
Entre todas esas locuras pseudodeportivas, también me dio por el montañismo. Mi odio crónico por las fotos no impidió tener testimonio de aquello. Así puedo comprobar de algún modo que, lo que digo, algún día fue verdad. Todavía puedo asegurar con aire fantoche: Yo he subido el Pico de Orizaba. Y, ante la mirada incrédula de mis interlocutores, mostrar las pruebas gráficas y conseguir sincera admiración.
Pero se sabe que creer que el pasado sigue intacto en el presente es uno de los lamentables errores de los mortales.
Por añoranza, aunque en realidad podría ser por idiota, decidí subir el Tepozteco. Un miserable cerrito que se puede ascender en una hora sin demasiados sufrimientos.
A mí me tomó 2.
Lo que todo mundo hacía con suficiente dignidad, yo lo hacía con dignidad felina, es decir, a gatas. A medio camino fui rebasado por una mujer con 6 ó 7 meses de embarazo. Más adelante, el bastón de un anciano me aplastó el dedo gordo del pie derecho mientras me miraba con desdén y seguía su camino. Quise odiarlo; fue imposible. El aire no llegaba a mi cerebro con intensidad suficiente para una emoción tan intensa.
Después de varios conatos de desmayo, por fin toqué la cima. La pirámide en la cúspide me anunció que, Quetzalcóatl sabrá cómo, por fin lo había logrado.
Tendido en aquella pirámide, trataba de lograr que por fin una neurona conectara con la otra. Varios pies pasaban sobre mí.
Hecho un guiñapo, trataba de entender qué diablos me había llevado a intentar aquello.
Dicen que las pirámides sirven para cargarse de energía. Yo, francamente, lo único que sentía es que me cargaba la chingada.
Y faltaba bajar, ¡madre mía!
El descenso, a pesar de torcerme doce veces los tobillos y estar a punto de rodar al vacío como 14 veces más, sólo me costó una hora.
He tardado una semana completa en tener las fuerzas suficientes en los dedos para poder escribir esta nota.

2 comentarios:

  1. porfin un texto que vale la pena, gracias me hiciste reir un rato

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  2. Lo vuelvo a leer y me vuelvo a reir cabron...

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