miércoles, 4 de agosto de 2010

Curso expreso para incrédulos

Eso de no creer en nada no está bien. No se puede vivir así, me dijo la terapeuta. Así que me puso a la tarea de encontrar motivos, razones para vivir, cosas placenteras, algo que estrechara mi vínculo con esta vida carente de entusiasmo.

Después de un mes de intentarlo, el fútbol no funcionó. Ver holandeses pateando sin piedad a españoletes que no hallaban el modo de llegar a la portería sin una fractura no fue ni cercano al revolvente buscado. Cuando aquella experiencia acabó, descubrí que la novia a quien había pedido tiempo se había ido con un marica que no le interesaban los deportes de contacto. Cómo hay oportunistas en esta vida. El hipócrita de mierda fue campeón goleador en la preparatoria. Pero la vida cobra con creces. Un domingo querrá ver el partido del América (porque en el colmo del absurdo le va al América el muy imbécil) y quién creen que va a querer ir justo a esa hora a hacer el super en compañía de su maridito. Y yo, cruel como soy, no estaré para devolverle el favor.

Probé varias drogas y varias ideologías. Supe la diferencia entre fumar, inhalar e ingerir. Comprobé que el cristianismo prohíbe, el budismo cohíbe y el islam inhibe. Que la monarquía se vota y la democracia se impone y que el sabio propone y el gobernante pospone. Al final de todo, muertas varias millones de neuronas a causa de las drogas, pero, sobre todo, a causa de las ideologías, decidí intentar por otros lados.

Así que viajé, físicamente. La Capilla Sixtina de veras que está para más viajes. Confirmé que Avatar era una cosa de infantes. La cosa esa se me venía encima como en tercera dimensión y hecho a mano y sin computadora alguna y bastantes siglos atrás. Y juro que no me había metido nada. El viajezote te lo hace solita la monstruosidad que hay en el techo. Por eso Miguel Ángel es Miguel Ángel y James Cameron, pues… es James Cameron. Pero como nada es perfecto, mientras uno está en absoluto éxtasis, hay un güerito malencarado gritando cada 2 minutos: ¡no photos, silenzio! ¡VIETATO TOCARE! Y la puta madre que me parió. Como en los temblores: no grito, no corro, no empujo. Por lo demás, todo se parece tanto que no sorprende: una fila de casas a la derecha, otra a la izquierda, coches en medio, gente parlando, la comprensión de que si bañas a las de acá son iguales a las de allá y además, cada que te acercas a una oyes el grito con eco del güerito diciendo: ¡VIETATO TOCARE! O sea que está prohibido tocar y, aunque a uno le vale madre y toca y destoca a placer, esas prohibiciones no ayudan y, con prohibiciones o sin ellas, no sé, no sé, pero no alcanza, a pesar de que eso de venderse como material exótico logra grandes resultados.

Y luego de andar por el mundo y recorrerlo todo, vieja la fe y marchita la esperanza, volví con mi terapeuta que, a punto de darme por caso perdido, me asiló en su seno y usó la última arma que le quedaba. Como un moderno oráculo de Delphos, me envió a preguntar al sabio pulpopol sobre mi porvenir. Postrado de hinojos supliqué:

  • Oh, pulpopol, sabio y bueno, dime, qué ha de ser de mí.

Y el pulpopol, desde su magnanimidad me ha respondido:

  • Eres muy incrédulo. Así que no te diré nada-.

Luego, simplemente, se ha callado sin tragar ostión.

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