lunes, 16 de marzo de 2009

Los recovecos del placer

El sueño de cualquiera: Dos mujeres. Al mismo tiempo. Sentí el suave contacto de las yemas de sus dedos en mi espalda que me provocó una fuerte descarga eléctrica por toda la espina dorsal. Tras de mí cerraron la puerta. Me recostaron bocarriba sobre una pequeña cama dispuesta para sus artes y las miré sobre mí; una a cada lado. Sus ojos brillaban al mirarme. El resto de su rostro cubierto por un velo. A mí se acercaron, lentamente. Sus manos se posaron en el justo lugar que buscaban. Cerré los ojos. Un ligero dolor que comenzaba a expandirse por el sitio que con sus hábiles manos recorrían me hizo imaginar que aquello era el inicio del más grande de todos los placeres imaginables. No se cuánto tiempo pasó. Conocí entonces lo que es la eternidad, porque el tiempo se detuvo en aquel instante. Aun ahora. Entre la bruma de aquel acto, fuera de toda posibilidad descriptiva, desperté. Con la poca cordura que aún sobre mi quedaba las vi separarse de mi carne. Sus velos seguían intactos. Con nimia gentileza una me ayudaba a levantarme mientras la otra me entregaba la factura. Comprendí que era falsa aquella sentencia que predica que los mejores placeres de la vida son gratis. Al menos los $1,600.00 que marcaba en el total demostraba que éste no lo había sido. Sin plena conciencia de lo sucedido, pagué y salí entre la bruma de la inexactitud de lo que había pasado. Hoy, un hoy que es el mismo de entonces después de pasados tres días de todo aquello, aún no logro salir del trance. Aquel dolor primero, nada tiene ya de ligereza, se ha convertido en un dolor agudo, incesante, con tintes de desesperación… y tengo que volver en una horas. Otra vez. Me dispongo a regresar de nuevo ante aquellas dos damas que me esperan, impacientes. Ante el espejo me acomodo la camisa y me peino. Sonrío. El cristal refleja todo de mí, excepto una parte ausente. El espacio que ha dejado el premolar en mi sonrisa es evidente. Qué dolor. Qué dolor de mierda. Ahí están ellas, otra vez, esperándome, recostándome, poniéndose sobre mí, acercando sus hábiles manos a mi boca. El dolor es intenso. Más que antes. ¿Y el placer? ¿Dónde coño quedó el placer?

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