domingo, 14 de diciembre de 2008

Instrucciones para jugar un juego

Me dijo un día: Necesito un cambió en mi vida. En eso momento pensé que era su manera de decirme que ya no era ni su vida ni su amor ni su cielo ni su nada. Pero no. Al día siguiente llegó con nuevo corte de cabello y un color indescriptible. Maravillosa manera de reactivar las pequeñas felicidades en 48 minutos. Cuando empecé a notar que también yo necesitaba un cambio, traté de emular aquello. No funcionó. Pasar de hippie come flores a soldado raso en términos capilares no representó nada que me hiciera sentir diferente. Así que intenté algo más riesgocito. De la noche a la mañana pasé de ser un anarquista mediático (si se permiten revoluciones institucionales no veo por qué a mí no se me iba a permitir ser aquel engendro híbrido que sepa dios qué coño significaba) a un modesto clase medierito, con trabajito en regla, noviecita pudorosa con planes a futuro y comiditas familiares los domingos. No me convencía mucho, pero era cuestión de dejar pasar tiempito para acomodarme en la nueva circunstancia. Mi formación de economista me aconsejó esperar, como en cualquier negocito, por lo menos un añito para ver los resultados. La vida, que es más culera, me mantuvo no uno, sino 3 en el intento. Hoy, 48 meses después, se decreta oficialmente el cierre definitivo del changarro. Vendo, traspaso, remato, regalo, pago por deshacerme de todo el numerito. Comer flores, a pesar de la inflación, la recesión y la caída de las bolsas en el mundo, sigue costando mucho menos que gastar la poca energía que aún nos queda en seguir juntando fracasitos cotidianos. Ser un muerto de hambre bueno para nada, me va mejor que ser un muerto de hastío bueno para todo. Los domingos siguen siendo tan aburridos como siempre.

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