¿Por qué sigue habiendo intercambio de regalos si está más que comprobado
que nadie queda conforme? ¿Por qué seguimos reuniéndonos con el tío que no
soportamos y la prima insufrible con guano en la cabeza? ¿Por qué seguimos
cenando bacalao y romeritos si nos cagan? Una sola respuesta: somos unos
idiotas que no soportamos la presión social.
No; no me gustan los suéteres
con rombitos de colores. No; no me gustan las corbatas con muñecos. No; no
soporto los villancicos. No; no me gustan los romeritos y el bacalao y, para
beber como cosaco, no necesito “fechas especiales” ni juntarme con tipos
indeseables que tienen a bien apellidarse como yo. Para tipos indeseables, tengo
bastante con los que no tienen mi mismo apellido ni el mismo lugar de
procedencia.
¿También va a llegar la
estúpida esa? Lo he oído más de 34 veces. “Si no fuera mi primo…”, otras 456
veces. ¡Qué desfachatez, se ha quedado con el coche del abuelo y todavía se
atreve a venir! (El coche que quería quedarse uno, naturalmente). Nos odiamos,
nos cagamos, no nos soportamos y, sin embargo, sonreímos y hacemos acopio de
todo nuestro carisma para salir airosos. Ahora entiendo. Ahora entiendo. Facebook
es el ensayo cotidiano para llegar a este día. Eso de ensayar sonrisas y
felicidades falsas es para estar listo a este momento. Las típicas frases de:
hoy con todo, a ponerse la camiseta y bebé, eres lo mejor son los simulacros
necesarios para estar preparados porque ya sabemos el día y la hora en que
hemos de hacer uso del más hipócrita de nuestros talentos.
Sonreí como pocos. Todavía
hoy en día, después de docenas de notas de improperios, hay quien piensa que yo
soy siempre un tipo sonriente y feliz. Merezco un óscar por 34 años de trayectoria.
Me porté gracioso, dicharachero, adulador. Pasé sin masticar los romeritos para
que mis ojos llorosos no delataran mis necesidades vomitivas y me tomé un
whisky por cada pendejo en la mesa. Sobra decir que salí más borracho que un
marinero napolitano. Lo que hubiera dado porque en mi
camino hacia el baño nadie me detuviera para no derribar el puto árbol
ese con la pinche musiquita de las luces y su eterno villancico de pianola. Lo
que hubiera dado por poder sacar mis entrañas sobre el mantel rojiblanco y
mostrar la cara digerida de los romeritos. Lo que hubiera dado por decir al
primo que lo único bueno de su existencia son las tetas voluptuosas de su
mujer. Lo que hubiera dado por tocar el villancico de los peces en el río al
ritmo de gases estomacales.
Salí ileso. No vomité
a nadie ni nadie me vomitó a mí. Mi nuevo suéter de rombos escondió bien la
mancha de los romeritos. Mi corbata de Bart Simpson sirvió de soberbio detalle.
Con el pretexto del abrazo navideño, me embarré todo lo que pude en las tetas
prominentes de mi prima política y le desee y le desee y le volví a desear una
muy, pero muy, feliz navidad. Cuando me avisaron que no estarían para el año
nuevo, me sentí tan triste que volví a abrazarla con frenesí. Creo que no le
soy indiferente.
Mariana, tan
comprensiva como siempre, antes de darme siquiera cuenta de si he abierto ya los
ojos o sigo soñando, me ha advertido: cuidadito con hacer públicas toda la bola
de pendejadas que me dijiste anoche de camino a casa. La advertencia ha surtido
efecto. Entre conatos de arcadas y el timbal sonoro dentro de mi cabeza,
escribo esta nota con dedos temblorosos. Sospecho que seré leído por todos, así
que, a modo de reivindicación, les suplico: no me vuelvan a invitar, me harían
un favor enorme.
Lo creas o no, hay Navidades peores. Oye, estaba pensando que me gustaría tener un blog nuevo con varios autores, tipo taller. Tienes un correo o algo?
ResponderEliminar¿Qué prefieres, el correo postal o electrónico? jajaja
EliminarTe acabo de enviar un mail al tuyo, espero no ir a parar al spam
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