No. Por increíble que parezca, cuando orinamos no tenemos complejo de
decoradores de pasteles sobre la taza de baño. Apuntamos siempre al centro. Pero
hay una ley física implicada en todo esto.
Si lanzamos un fluido
a cierta distancia, el fluido, al chocar contra la superficie, sal-pi-ca. Entre
mayor distancia hay entre el origen y el destino, la posibilidad de que las
gotas reboten es mayor. Eso explica por qué, un tipo de 1.90 salpica más la
taza cuando orina que otro de 1.70. A distancia menor, menor salpique.
Cualquier reclamo a este respecto, favor de dirigirlo a las leyes de la física.
¿Es necesario explicar
que los hombres orinamos de pie? Al igual que las mujeres, podríamos orinar
sentados, a veces lo hacemos mientras cagamos, pero, si no hay necesidad, ¿qué
necesidad tenemos de exponer las nalgas? Es un asunto de estricta comodidad. Para
eso, los pantalones traen cierre al frente. Nos ponemos enfrente, bajamos el
cierre, con las 2 manos tomamos nuestro
aparato reproductor, lo dirigimos al centro con puntería de cazador australiano
y disparamos enfocándonos en no salpicar el redondel. Pero la física es la
física y la altura es la altura. Dejamos que el chorro fluya en un arco
perfecto hacia el centro de la diana mientras admiramos nuestra obra y gozamos
la deliciosa sensación de la vejiga liberada.
Todo esto viene a ser
una explicación necesaria después de escuchar cientos de veces la misma queja. Al
parecer, hay una incomprensión de género respecto a esto. Al principio, me
avergonzaba, luego me enfurecía, hasta que mi debilidad por teorizarlo todo me
hizo tratar de encontrar la explicación. La verdadera explicación no es sólo la
antes enunciada, sino la incapacidad de reconocimiento del otro. Después de
largas cavilaciones, lo comprendí: atrapados como estamos en un pudor corporal
aprendido ni siquiera somos capaces de conocer nuestro propio cuerpo. Cómo,
entonces, íbamos a saber nada del cuerpo del otro y mucho menos de sus
costumbres orínicas. Generalmente, eso sólo se viene a descubrir en plena
convivencia y el romance se desvanece. La princesa no caga bombones, sino
bombas molotov. El príncipe tiene aliento de dragón por las mañanas, unos pedos
que recuerdan su ancestral preparación para la guerra y, horror de horrores,
salpica la pinchísima taza porque los mingitorios sólo existen en los baños
públicos. Posdata: mingitorio es esa “taza de baño” especial para que los
hombres orinen.
Como se sabe que es
difícil convencer al respetable, ya oigo las voces reclamatorias: ashhh, si eso
fuera así, ¿por qué cuando éramos novios no salpicabas? Respuesta clara y
contundente: porque limpiaba la pinche taza. Punto.
Explicado esto, espero
no tener que hacerlo cada vez. La lección se llama: conozca su cuerpo y, de
pasada, conozca el del otro, costumbres incluidas.
Sólo queda agregar,
para dar el panorama completo, que, luego de terminar el acto orínico en
cuestión, con suma concentración para reducir el salpique al mínimo posible, son
precisas unas pequeñas sacudidas para evitar el maligno mal de la gota
traicionera.
Por cuestión de
espacio, lo del lavado de manos queda pendiente.
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