Lugar común necesario: ya lo pasado, pasado. Ensayo en varios
idiomas: Past is past. Le passé est passé. Lo pasato è pasato. Preteritum,
preteritum est. Sí. Lo reconozco, ejercicio en suma fantoche, pero, después de
un fracaso decalógico de estas proporciones, lo menos que me queda es la
reivindicación de mis virtudes y la justificación de mis defectos. Todo sea por
convencerme de que, en efecto, lo pasado, pasado es y la vida continúa casi
como una suerte de reivindicación liberadora.
Me
hundo en el trabajo hasta el fondo. Trabajo sin cesar durante días. El reporte
mensual, por misteriosas causas, toma una importancia vital y trascendente. Yo
soy yo, me digo, la vida está ahí, esperando que la tome. En respuesta a mi frase
pendeja de superación personal, digna de Miguel Ángel Cornejo, lo único que
espera es el reporte que no acaba de cuadrar por ningún lado.
Mi
jefe, un chico afortunado, cinco años menor que yo, acaba de conseguir el
trabajo de su vida. Está lleno de ilusiones; éstas son proporcionalmente
inversas a las mías. Cuando me conoció y supo que era economista, las
ilusiones, que de por sí tenía, aumentaron al doble; cuando le entregué los
primeros resultados, tuvo una epifanía tal que casi se hinca enfrente y me la
chupa. Comencé a creer que era bisexual (sabía ya que era recién casado, cosa
que ya nos distanciaba de modo considerable). Por fortuna, sólo fue una falsa
alarma provocada por mi encanto natural para engatusar gente.
Le
costó un par de meses enterarse. Mis infinitos talentos se habían ido a la
mierda hacía años. No hacía lo suficiente, apenas lo mínimo necesario y, entre
la reivindicación de la empresa privada y privarme de la empresa prefería, como
la obviedad denuncia, lo segundo.
Sus ilusiones
me enternecen. Si exploto mis capacidades, me ha prometido un ascenso y un
viaje de capacitación a Nueva York por un mes. Pobre. No sabe, no puede saberlo
todavía, que la empresa, al único que manda a capacitarse a Nueva York y a
Paris y a Roma es al dueño mismo y a su parentela. Por lo que a mí respecta,
Nueva York viene a ser una gran manzana putrefacta por el gusano de la
indiferencia. Pero le digo que sí, que claro, que desde luego, nomás por no
dejar, nomás por azuzarlo, nomás porque quiero ver su cara de aflicción cuando
tenga que decirme que este mes no se lo han autorizado, pero que el próximo
seguro y que el ascenso, nada más que reacomoden, nada más que se reestructure
el departamento, nada más que se jubile Don Fulanito. Y Don Fulanito vaya que se
jubilará algún día. Lo que él no sabe, y en el fondo yo tampoco, es que Don Fulanito seré yo algún día, mucho antes de que
el ascenso aparezca en el horizonte. Si sigue tan ansioso, prometedor y
animado, lo van a correr muy seguramente. No hay lugar para animosidades en
este lugar. Ah, pero eso sí, ya soy libre, qué chingaos.
En un acto de
valentía, miro con descaro las piernas de la secretaria. Ora sí no se me
escapa. Total, ella sola, yo solo, la casa (de mi madre) sola. Me repito mi
cornejez: ya lo pasado pasado, tratando de olvidar la marca güera que el sol
aún no ha logrado borrar de mi anular. Y al pensarlo, el cristal de la ventana
me devuelve mi flácida silueta, mi barba de diez días, mi traje recién comprado,
hace apenas cuatro años, con motas de café y tallones de cigarro y me doy
cuenta de lo ya sabido y nunca confesado: que, en efecto, lo pasado, pasado;
aunque el pasado sea yo.
Me hundo en mi
escritorio. El jefe, me manda a llamar, esta vez sin ilusiones. Me avergüenzo y
desvío la mirada del puesto de la secretaria. El jefe me dice que me nota
distante, sin compromiso. Yo me sonrío. Le digo que sí, que no se preocupe.
Pobre. Tendrá que aprender a sobrevivir con eso. Y yo también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario