Y, ¿por qué diablos no puedo cambiar de opinión simplemente? ¿Por qué
cuesta tanto desprenderse de lo ya desprendido? Siempre lo he pensado: Juanga
tiene razón: “No cabe duda que es verdad que la costumbre…”
Recuento de los daños.
Hace 10 años que estamos juntos. Los problemas empezaron a los 2, se repitieron
a los 5. Nos casamos para resolverlos. Ya sé. Ya sé. Hay que ser idiota, ¿no?
Pero, este blog aún sobrevive por una razón: quedan 2 ó 3 lectores por ahí que
todavía lo leen. No es momento de preguntar por qué lo hacen, ¿o sí?
Luego, Pablito clavo
un clavito, y el resto es historia. De sexo, ni hablar. Paseamos por la caza
como dos fantasmas habitando el mismo limbo, el silencio es nuestra mejor
conversación, nuestra ausencia la presencia más deseada. Basta una pregunta sin
sentido, una respuesta desganada para que la bomba explote de nuevo. Me río: si
todavía se encabrona conmigo, es que todavía me quiere. Me río más: si todavía
me encabrona es que… El amor debe ser aquello que queda después de que el sexo
se acaba. Reflexión póstuma: Ni el amor sostiene el sexo ni el sexo sostiene el
amor.
Pienso que ya no me
importa. Qué puedo irme ahora mismo si quisiera. Y, pregunta estúpida: ¿por qué
no querría? Pablo. No hay mejor culpable que un inocente. Ante el juicio de su
culpabilidad no podría defenderse. Por ti me quedo, Pablo mío. Porque no
mereces quedarte sin padre. Mejor pretexto para la cobardía, imposible.
Mariana me mira como
si adivinara. Su mirada me reta. Anda, imbécil, lárgate. Haznos un favor a todos.
Regreso al televisor. Fue penal, árbitro pendejo. Lo pienso, no lo digo. Voy al
refrigerador y saco la tercera cerveza de la tarde. Ella no dice nada; basta su
mirada de reojo mientras revisa el artículo del próximo número de la revista
para saber lo que está pensando. Siento culpa mientras doy un sorbo. Ni siquiera
sé por qué.
Mientras un inepto
tira desde fuera del área y manda el balón a la tribuna, yo miro a la mujer que
quise ¿que quiero todavía? Ahora lo sé. No es tan buena como lo pensaba,
tampoco tan mala como lo pienso. No es tan linda como la veía, no es tan
horrible como me lo parece a veces. No es tan brillante como quise, no es tan
estúpida como quiero. Vista desde arriba, entre la gente, se confunde con
cualquiera.
De pronto, parece que
siente mi mirada. Sale del letargo de sus hojas y me observa. Ve al hombre
sentado en el sillón con una cerveza en la mano que finge interesarse por veintidós
paralíticos intentando patear un balón. Ya sé lo que está pensando. Me siento
desnudo y viejo, me siento nada. Le sonrío con la más estúpida de mis sonrisas.
La suya es compasiva, lastimera. La risa de Pablo nos despierta. El árbitro
pita el final de un partido desastroso. Es hora de la cena.
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