Por fin pude zafarme de la comida
del domingo. Ahora fui yo quien inventé un inexistente dolor de estómago y
Mariana quiso creerme. Haré una lista de pretextos en caso de emergencia. Se
llevó a Pablito, quien nació por clavar un clavito, y me sirvo un whisky, que
no pruebo desde hace meses, mientras trato de recuperar mi fracasada carrera
literaria a hurtadillas, como una suerte de infidelidad, la única que tendré
por ahora. Tuve la tentación de llamar a algunos amigos, pero sospeché que
ellos si han ido a su respectiva comida familiar; además, seriamos fácilmente
descubiertos.
Empiezo a
creer que a Mariana le caga que escriba. No lo dice, aunque hay múltiples
sabotajes cotidianos. Sacar la basura o ir al super suele ser más importante. Después
de ocho años, yo cambié, ella cambió; ninguno de los dos para donde el otro
quiso. Atrás han quedado las ilusiones, asesinadas por la cruda realidad. Después
de siete años, Mariana, mi exnovia, se convirtió en mi mujer. Hace tres meses,
o hace doce, según quiera verse, Pablito llegó para quedarse. Touché a la
primera.
Conocí a
Mariana en la caravana zapatista, antes de que Marcos le pareciera un payasito
con pipa. Fue panfleto a primera vista. Coincidimos debajo de una carpa
improvisada para repartir propaganda y reunir firmas, ya no me acuerdo para
qué. Ella estudiaba Ciencias Políticas en la UNAM y yo terminaba Economía en la
Buapachosa. Perfecta combinación. Cómo imaginar que las botas mineras se
convertirían en docenas de zapatillas del Palacio de Hierro a meses sin
intereses y pagadas con mi tarjeta, naturalmente.
En aquel
tiempo, yo quería ser escritor y ella trabajar en ONGS a favor de los
indígenas, los migrantes, las ballenas y cualquier especie en peligro de
exterminio. Hoy, hago reportes contables de nueve a cinco y ella es editora de
una revista que oculta cada vez menos quién la subsidia. Ninguno de los dos
creía en el matrimonio, pero la familia, los amigos y las presiones sociales
suelen ser muy persistentes. Dije que sí para no decir que no. Mamá está
encantada de verme sentar cabeza.
Mariana dice
que me quiere, aunque hace todo lo posible por demostrarme lo contrario. Supongo
que yo hago lo mismo. Ocho años son muchos años. Visto a la distancia, nada
queda de aquellos días. Dicen que el amor cambia, que toma otra forma, que hay
que buscar motivos nuevos. Tengo grandísimas dudas al respecto. La nueva
secretaria de medias negras suele alegrarme con una sonrisa alentadora los días
de mejor manera. Algunas fantasías.
Más por
accidente que por curiosidad, esta mañana descubrí un mensaje en el celular de
Mariana. No sabía de la existencia de ningún Armando. Por costumbre, que no por
interés, conozco a todos sus amigos. Armando no era ninguno de ellos. No soy
paranoico y es mejor no pensar en esas cosas. Los deseos de buen domingo son
deseos de buen domingo y nada más ¿o no?
Qué delicia es
escuchar el tinteneante sonar de los hielos antes de que el líquido pase por mi
boca y escurra por mi garganta. Me queda un par de horas antes de que vuelvan,
antes de gastarme otro pretexto para justificar mi aliento, antes de tener que
volver a fingir que es un domingo igual a cualquier otro. Rezo porque Pablo ya venga
dormido.
me deprimiste y me azotaste con un espasmo de realidad.
ResponderEliminarbien hecho.
No fui yo. Lo juro.
EliminarMonologo y muy cierto
ResponderEliminarTe pasas x el mio?
¿Por tu monólogo?
Eliminar