La censura me ha atrapado. Es tiempo de reconocerlo. Por fin un momento de
paz. Después de meses de discusiones, aquel quien financia la revista de
Mariana, ha vencido. Se acabaron las tormentas. Por ahora. De la noche a la
mañana, nuestros (¿nuestros? ¿sus? ¿mis?) problemas financieros amenazan con
terminarse. Bonanza. Mariana ya está viendo modelos de camionetas que le
gustan. También para eso los hijos sirven de pretexto.
Aunque me resultaba en
suma sospechoso, Mariana había estado de buen humor las últimas tres semanas. Tenía
miedo. Algo debía estar tramando.
Ayer, olvidé, otra vez, fregar los platos. No
sé qué tipo de conexión ocurre que lo recuerdo en el momento justo en que oigo
la cerradura anunciando que ella ha llegado a casa. Mierda. Miro la puerta.
Miro los trastes rebozando grasa y restos de comida. Wagner retumba en mi
cabeza. Adivino los gritos, las injurias, la furia de ella misma lavando los
platos que el bueno para nada de mí no ha tenido en consideración. Nada de eso.
Una sonrisa aparece detrás de la puerta de entrada. Un saludo cordial, un
abrazo furtivo, un beso. Me quedo impávido. ¿Qué pasa, mi amor, no te da gusto
verme? Me dice acomodándome el cabello como cuando todavía teníamos sexo. ¿Mi
amor? ¿Me dijo “mi amor”? Claro. Ese debe ser el preámbulo para lo que sigue.
Seguirá algo en un tono fingidamente dulce (que tiene toda la intención que se
note que es fingido) como: Pero, mi vida (léase,
hijodetuputamdre), ¿otra vez olvidaste lavar los platos? Lo que sigue ya se
sabe. De los platos se pasa a mis incapacidades varias, al hartazgo de mí, al
eres igual que todos, al bri biri bam bam,
biri biri bam bam. Yo, que no soy un caballero, sentiré la furia in crecendo y, cuando arribe el “igual
que todos”, seré un perfecto cavernícola que compite en lisonjas con la susodicha.
Los platos, motivo y pretexto del vendaval, irán a parar al piso. Pero no. Nada
de eso. Me dice algo que suena como: también tú debes de estar cansado.
Es un hecho. Los aliens
han tomado posesión de su cuerpo para hacer estudios antropológicos con ella;
en su lugar, me han enviado a la Madre Teresa y yo no sé si aceptar el canje o
llamar a Jaime Maussan. No lo creo, y ustedes tampoco, pero anoche, después de
varias semanas… no, varios meses… no, varios… bueno, no importa, hasta despertó
mis apetitos carnales. Con los astros alineados y Pablito durmiendo
profundamente, supe que había llegado el momento de realizar una de mis más
vergonzosas fantasías: sexo intergaláctico.
Cenamos, juntos. Nos
reímos, juntos. Debía ser un sueño. Puto E.T. eres mi ídolo, cabrón. Hasta me
dijo que esa camisa no me iba mal. Cuando salió la botella de vino de la alacena
supe que todo estaba dicho. Mariana o la Madre Teresa o quien chingaos fuera me
iba a dejar coger con ella. Yo estaba más caliente que el desierto del Sahara.
¿Me querrá todavía? Me lancé al ataque. La besé. Nos manoseamos un poco. Dios,
hay cosas que no se olvidan. Cuando mis dedos comenzaron a buscar bajo su
falda, sentí su lengua buscando la mía. Apenas si pudimos llegar a la sala.
Estábamos calientes y estábamos borrachos. En el punto justo en que decidí
meterme en ella, escuché un nombre que no era el mío. En un segundo, ya no
estábamos borrachos, ya no estábamos calientes. E.T. eres un grandísimo hijo de
puta.
Los celos son algo muy estúpido, pero existen. Y duran
más que la risa, más que el amor. Sin palabras por decirme, Mariana simplemente
desvió la mirada. El cavernícola que habita en mí no salió, no quiso. Me
acomodé la ropa lo mejor que pude y salí de la casa. Caminé un poco, me tomé
algo y el nudo en el estómago no desaparecía. Odié a todos los Armandos del
mundo. A Armando Palomo, A Armando Palomas y a Armando Hoyos. En un hotel de
mala muerte, me revolví en una cama de resortes enmohecidos mirando
infocomerciales y bebiendo sin ganas una botella comprada en el oxxo de la
esquina. La quise odiar también, pero, además de cierta sensación de fastidio,
no pude. Me quedé dormido en alguna hora de la madrugada. La vida
extraterrestre sigue sin ser una certeza. Nueve años son muchos años. Incluso
para el rencor.